Together, dirigida por Michael Shanks, se adentra en los rincones más viscosos del amor moderno y en las ansiedades que surgen cuando compartir la vida con otra persona se vuelve una forma de pérdida de identidad. En una época donde las películas de terror comerciales tienden a externalizar el miedo (en fantasmas, monstruos y asesinos por doquier), Shanks elige mirar hacia adentro: al cuerpo y a la relaciones humanas como territorios del horror más cotidiano.
Together, terror romántico o el miedo a perderse en el otro
La historia sigue a Claire (Alison Brie) y Evan (Dave Franco), una pareja de treintañeros que atraviesa un punto muerto en su relación y decide mudarse al campo. Aislados en un remoto pueblo australiano, entre la rutina doméstica y el tedio, ambos parecen haber perdido la chispa que los unía. Claire trabaja como profesora en una escuela local, mientras Evan, más retraído, pasa los días componiendo música para un grupo que nunca termina de despegar.
Con la esperanza de reconectar, emprenden una excursión por el bosque hasta acabar en una extraña fosa que marca el detonante fantástico del relato: un acontecimiento inexplicable que transformará física y emocionalmente su vínculo, y los obligará a enfrentarse a la disolución (literal y simbólica) de su individualidad.

Together es, ante todo, una película profundamente física. En la tradición del mejor body horror, Shanks utiliza las mutaciones corporales como un trasunto de la fusión emocional que consume a la pareja. Los prostéticos y efectos especiales, elaborados con precisión, resultan tan perturbadores como hipnóticos. Cada deformación corporal va más allá del asco visual: es deseo que se vuelve compulsivo, hambre de contacto, impulso sexual, miedo a la separación. El film abraza lo sensorial, lo táctil, y demuestra que el horror puede ser tanto un espectáculo como una forma liberada de exploración emocional.

La película se desarrolla casi por completo en espacios cerrados y familiares: la casa que comparten, las aulas silenciosas del colegio donde Claire enseña o la vivienda del enigmático vecino Jamie (Damon Herriman). El uso limitado de escenarios y la casi ausencia de secundarios refuerzan la sensación de encierro y dependencia.
Together se percibe así como una coreografía de cuerpos que no encuentran salida, atrapados en la intimidad hasta que esta se vuelve pesadilla. Pese a su atmósfera asfixiante, Shanks permite que el relato respire mediante un humor negro y autorreferencial, que evita la solemnidad y mantiene un ritmo ágil a lo largo de todo el metraje (104 min.).
Michael Shanks, reiventar el horror desde la intimidad
Conocido por su paso por el cine independiente y su trabajo previo como compositor y montador de ciencia ficción, Michael Shanks revela una sorprendente madurez autoral en su primera obra como director. «Siempre parto de una verdad emocional. Una vez que encuentro ese punto, puedo construir los personajes y luego el disparate», explicó en Sitges. En Together, esa verdad nace de una confesión personal:
Hubo un momento en que me di cuenta de que había pasado toda mi adultez junto a mi pareja, y me pregunté: ¿sé quién soy sin ella?
El realizador canaliza sus influencias —de Cronenberg a Carpenter—con una energía fresca, más emocional que intelectual. Aunque busca impactar al espectador, su interés va más allá de lo grotesco: utiliza el horror como vehículo para interrogar la identidad y la dependencia.
Durante la película, plantea preguntas que resuenan con fuerza en la experiencia contemporánea: ¿cuánto estamos dispuestos a sacrificar por amor? ¿Y hasta qué punto ceder nuestra autonomía nos convierte en otra persona? Son cuestiones certeras en una época marcada por el desapego y los efectos del capitalismo emocional, donde, con el ghosting y el poliamor en la vanguardia, el compromiso parece haberse vuelto una anomalía romántica.

No obstante, Together no está exenta de tropiezos. Shanks, en su entusiasmo por rendir tributo a los maestros del género, recurre ocasionalmente a recursos demasiado conocidos: la pesadilla cliché, efectos de sonido trillados y algún jumpscare previsible y poco inspirado que rompe la sutileza del conjunto. Estos momentos no empañan la experiencia, pero sí rompen la consistencia atmosférica que la película logra en sus pasajes más íntimos y viscerales. Aun así, son deslices comprensibles en una obra primeriza que apuesta fuerte por lo sensitivo, y que en su mayoría logra sostener una voz propia.
La química actoral sosteniendo el caos
Buena parte del éxito del film recae en sus intérpretes. La química entre Alison Brie y Dave Franco, pareja en la ficción y en la vida real, trasciende la pantalla. «Sabíamos que sería una experiencia intensa: o terminábamos divorciados o más unidos que nunca. Por suerte, fue lo segundo», bromea Brie. Esa complicidad se traduce en actuaciones que oscilan entre la ternura y la repulsión, la empatía y la furia, con muchos diálogos y gestos improvisados entre medio.

El rodaje, realizado en 21 días en un poblado cercano a Melbourne, bajo un ritmo casi de guerrilla, añadió una tensión palpable que potencia el resultado final. «Había escenas en las que solo teníamos una toma para lograr un colapso mental completo», recuerda Franco. Muchas de las secuencias más físicas las realizaron sin dobles de acción presentes, lo que contribuye a esa sensación de veracidad y riesgo que atraviesa toda la película y se siente a flor de piel. En especial, en el clímax final, en una conclusión que curiosamente guarda relación con el final de Ghost in the Shell y el posthumanismo no-binarista del Cronenberg reciente.
En definitiva, Together es una de esas raras obras independientes que logran renovar un género desde la emoción. Su combinación de terror corporal, drama psicológico y reflexión sobre la pareja la sitúa entre las propuestas más audaces vistas hasta el momento en Sitges. Un retrato grotesco y honesto de los confines del amor contemporáneo.