La guionista y directora Ángeles Huerta ganó el 1º Premio Josefina Molina de Guion de Largometraje Fantástico de Autoría Femenina con Lampreas., una historia de vampiros ambientada en el río Miño que explora el cuerpo femenino y lo monstruoso en una realidad post-colapso con fuertes resonancias ecologistas y políticas. El certamen, dotado con 10.000 euros, creado por Fundación SGAE y el Sitges – Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya, nace con el objetivo dar voz y visibilidad a las guionistas dentro de un género todavía fuertemente masculinizado. Hablamos con Huerta sobre las posibilidades del género fantástico, las fobias femeninas, la figura de la guionista y sus próximos proyectos.
Huerta (Xixón, 1974) es directora y guionista, diplomada en Dirección Cinematográfica por la Met Film School. Debutó con el documental Esquece Monelos (2017). En 2022 estrenó O Corpo Aberto, su primera incursión en el cine de género, un guion desarrollado en el Laboratorio de Escritura de Guion de Fundación SGAE, reconocida con 12 premios Mestre Mateo. En 2025 presentó Antes de Nós, inspirada en episodios de la vida de Castelao.
¿Qué supone ser la primera ganadora del premio Josefina Molina de Guion Fantástico?
ÁNGELES HUERTA. Pues una sorpresa mayúscula y una felicidad indescriptible. Soy consciente de que hay mucho nivel en la autoría femenina. A veces parece que hay menos proyectos de género firmados por mujeres, pero eso tiene más que ver con las dificultades de producción que con la capacidad o el interés de las creadoras. Entonces, estoy muy abrumada porque me haya tocado a mí y creo que es especialmente importante por la conexión con el Festival de Sitges. En un estadio tan primigenio del proyecto lo importante es tener visibilidad y tener oportunidades para levantar la película y, Sitges es, claramente, el sitio adecuado.

¿Por qué elegiste el guion frente a otras formas de narrar?
El guion me permite combinar lo literario con lo visual. Tiene una estructura muy técnica, pero también una poesía propia. Me gusta cómo el lenguaje cinematográfico convierte lo simbólico en concreto, cómo una idea se vuelve imagen. Y además, el guion te obliga a dejar espacio para otros: actores, cámara, sonido… No es una escritura solitaria.
Siguiendo tu trayectoria, empezaste estudiando Literatura Comparada. ¿Cómo se dio el salto al mundo del cine?
Fue tardío. Estrené mi primer largo con 41 años. Siempre digo a los estudiantes que el único motivo para hacer una película es no poder no hacerla. A mí me pasó eso. Yo tenía una necesidad radical de contar historias en cine y Galicia me proporcionó un entorno más amable para ello.
Tu debut fue con un proyecto documental muy personal.
Sí, Esquece Monelos nació porque necesitaba hacerlo. Mi padre empezaba a perder la memoria y comencé a documentar un río oculto bajo A Coruña como una reflexión sobre lo siniestro y lo cotidiano. Freud decía que lo siniestro tiene que ver con aquello familiar que se vuelve extraño… y eso era justo lo que me pasaba. Para mí el cine tiene algo profundamente terapéutico.
Luego exploraste el fantástico con O corpo aberto y nuevamente ahora con Lampreas. ¿Qué te interesa del género?
El fantástico siempre me ha interesado porque es el género más libre y disruptivo. No oculto que soy una persona muy política, y creo que el fantástico, aunque a veces no se perciba así, es también el cine más político que existe. Permite imaginar otros mundos y, al hacerlo, ilumina lo monstruoso que habita en el nuestro. Por eso incomoda; y si quien lo hace es una mujer, todavía más.
Tu obra está marcada por el folklore y la identidad gallega. ¿Qué importancia tiene lo local en la construcción de tu cine?
Para mí, lo local es el punto de partida de lo universal. Solo se puede llegar al imaginario colectivo desde un lugar concreto, desde una raíz real. En Galicia hay una relación muy viva con lo invisible, con lo mágico cotidiano. Un día durante el rodaje de O corpo aberto, fui a hablar con la madre de un niño del reparto y me dijo con toda naturalidad: “Yo hablé con mi padre después de muerto”. Esa naturalidad hacia lo que no se ve sigue viva en Galicia, y eso me fascina.

Cuéntanos sobre Lampreas, ¿de qué trata?
Es una historia ambientada en una sociedad post colapso en la ribera del Miño. El río es rico en lampreas, peces sanguinarios cuya proteína ofrece inmunidad ante infecciones. El hombre que controla el río también controla a la comunidad y somete a su mujer a atroces tratamientos de fertilidad para tener descendencia. La trama comienza con la llegada de marineros que ofrecen comerciar con la proteína y, al mismo tiempo, empiezan a aparecer cadáveres con el cuello desgarrado. La mujer navega entre terror y deseo, y en ese proceso se descubre a sí misma.
¿Qué te impulsó a escribir esta historia?
Nace de miedos muy personales. El fantástico femenino suele abordar el cuerpo y la maternidad desde lugares inquietantes: produce otros monstruos y otros terrores. Creo que cualquier historia sobre la maternidad o los procesos ligados a ella tiene algo de monstruoso. Y luego están los miedos contemporáneos: el colapso, la pérdida de protección, la fragilidad de lo cotidiano. Esas cosas que te asaltan mientras pelas patatas para una tortilla y piensas en el fin del mundo.
¿Qué te atrajo de la figura de la lamprea como metáfora o criatura fantástica?
La lamprea es un animal fascinante: arcaico, sanguívoro, con un ciclo inverso al de la anguila. Vive entre el río y el mar, entre la vida y la muerte. Es repulsiva y hermosa a la vez. Para mí era una metáfora muy clara del deseo, de la supervivencia, y la más evidente entre el vampirismo y el capitalismo. Al final, la pregunta que sobrevuela la historia es quién es el verdadero vampiro: ¿la criatura o el señor que explota el río?
En la película abordas también la cuestión de la reproducción asistida en edades avanzadas.
Me interesa hablar de la presión que sentimos todas las mujeres en torno a la maternidad y el interés reproductivo masculino, esa idea de “trasladar tus preciosos genes”. Me parece un tema profundamente político. La extrema derecha habla del “vientre de las mujeres” como arma demográfica. Es aterrador. Hay un control biopolítico clarísimo sobre nuestros cuerpos. En Lampreas, todo eso está bajo la superficie: es una historia de vampiros, sí, pero debajo está esa reflexión sobre el cuerpo y el poder.

¿Cuáles son tus directoras referentes en el género fantástico?
Soy muy fan de Julia Ducournau. Titane es una de mis películas favoritas. Me interesa cómo trabaja la hibridación cuerpo-máquina, la identidad, la paternidad, lo erótico. Obviamente, cuando hablamos de vampiros, Crudo es un referente esencial. También Lucile Hadžihalilović, que tiene una mirada visual y pictórica fascinante.
Ambas me inspiran por su manera de crear universos con imágenes, más allá de las palabras.
¿Cómo ves hoy la realidad de las guionistas dentro del género fantástico? ¿Es posible vivir del guion en España?
La situación es precaria, lo difícil no es escribir, sino levantar los proyectos. En cuanto a vivir del guion…habrá quien lo haga. Yo no, porque solo escribo para mí y mis proyectos salen cuando salen. Si entras en la vorágine de las series, sí puedes vivir de ello. Pero el cine independiente es otra cosa.
Y, además, hay un tema del que se habla poco: en España, la dirección no solo está en manos de hombres, sino también de personas que pueden permitirse el lujo de no trabajar. Yo puedo hacerlo porque soy funcionaria y pido excedencias para rodar. Sin eso, sería imposible.
¿Qué esperas que ocurra ahora con Lampreas tras este reconocimiento? ¿Hay planes para llevarla a producción?
Sí, estamos en ello. El premio ayudará a darle visibilidad y a generar interés. Espero poder rodarla pronto, porque siento que es una historia que necesita existir en imágenes.
¿En qué más estás trabajando actualmente?
En algo muy distinto: una película sobre el esclavismo en el siglo XIX. Me interesa ese momento en que los liberales españoles, los que defendían la razón y la libertad, estaban implicados hasta el cuello en el comercio de esclavos. Es una historia poco contada. En Galicia, en A Coruña, hay un legado muy oscuro. Es un proyecto más ambicioso, de época, que necesitará más medios, pero me apetece mucho contarlo.