Béla Tarr, la leyenda de un cineasta íntegro
En 2011, el incomparable cineasta Béla Tarr (Pécs, 1955) sorprendió a propios y extraños cuando anunció su retirada del cine, poco después de recibir el Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín. Cuestionado por tal decisión, en pleno apogeo de su carrera, respondía lo siguiente:
«Eso es todo lo que quería y podía decir. Realmente no quiero repetirme a mí mismo. Si tengo un presentimiento lo hago y en este caso está hecho. Podría hacer 10 o 15 más, pero ¿para qué? ¿Solo por el dinero? ¿Solo para deciros lo mismo? No quiero ser otro ridículo burgués en las alfombras rojas, haciendo algo que es falso. No, eso es todo, cuando la tienda debe cerrarse, se cierra».
Más de una década después, el húngaro incorruptible no ha reabierto su negocio, pero sigue muy unido al cine por su vocación docente y su voluntad de explorar nuevas formas artísticas. Así lo ha demostrado en Barcelona, a la que ha llegado homenajeado por la Filmoteca de Catalunya. El público lo ha recibido con inusitado entusiasmo, agotando todas las entradas para cada uno de sus sesiones y talleres de dirección. No queda un asiento siquiera para ver su obra más exhaustiva y demandante, Sátántangó (1994), cuyo visionado comprende 7 horas y media de duración.
Pero, ¿qué interesa de la figura de este cineasta retirado? ¿Por qué resultan tan cautivadoras sus imágenes?
Tratamos de responder estas preguntas escuchando al propio Béla Tarr durante el coloquio que tenía lugar en la Filmoteca.
Barcelona homenajea a Tarr
El aclamado director húngaro llegaba a Barcelona el pasado miércoles para ofrecer una rueda de prensa previa a la retrospectiva en la Filmoteca de Catalunya. Paseando por el barrio del Raval se vio sorprendido por un enjambre de cámaras a escasos metros de la entrada. Agarrando el bastón con firmeza trató de ahuyentar a los periodistas que le cegaban con los flashes. «Go next, please, i’m not here to pose (Sigamos, por favor, no estoy aquí para posar)» repetía con voz quebradiza al verse arrinconado contra la puerta. La sesión fotográfica se interrumpió con la llegada del director de la Filmoteca, Esteve Riambau, que acompañó a Béla Tarr y a todos los presentes a la sala de prensa donde, tras una brevísima introducción, daría inicio la ronda de preguntas.

Los orígenes entre la crudeza y la sensibilidad
La primera cuestión apuntó al origen de la temática oscura y finisecular de sus películas. ‘Cuando realicé mi primera película estaba lleno de ira –afirmaba – no sabía nada de cine, pero sabía que este jodido mundo no estaba hecho para los seres humanos. Cuando terminaba algo tenía nuevas preguntas y me daba cuenta que mis respuestas anteriores ya no servían para los nuevos interrogantes. Debía seguir hallando conectado con el mundo. Así he seguido paso a paso, película a película. Mi visión ha tomado un tiempo en forjarse. A medida que te haces viejo entiendes mejor la vida y el mundo que te rodea. Al principio pensé que el mal era social, más adelante me di cuenta que era ontológico y finalmente, al envejecer, comprendí que era cósmico’.

Los films más conocidos de Béla Tarr establecen un retrato de la desesperación humana y exploran los estallidos de todo tipo de violencias físicas, morales y económicas. Por la otra cara, son también un llamado a la esperanza y a la necesidad de convivencia de los seres humanos. Se ambientan en granjas rurales y en ciudades de ambientes desolados y fangososo que parecen encontrarse al final de una era o, en el peor de las casos, ante la llegada de un apocalipsis como en El caballo de Turín (2011), su última obra. ‘Espero que salgan más fuertes y optimistas de mis películas, que no les venza el desánimo’, afirma.
Tarr: «No me considero un cineasta político, pero tengo sensibilidad social»
Su visión de la vida y del cine está marcada por una biografía llena de reveses . Béla Tarr se crió en una familia de clase obrera y pocos recursos durante el período más represivo de la Hungría estalinista, la que él tilda de «mierda feudal». En su adolescencia consiguió una cámara 8mm y comenzó a grabar a modo de liberación personal, un proceso que describe como lleno de frustraciones.
‘Comencé realizando una película amateur de 8 mm a los 16 años, que era un film sobre trabajadores de la construcción gitanos. Ellos escribieron una carta al secretario del Partido Comunista, Janos Kadar, solicitando que los dejaran ir a Austria a trabajar porque lo que ganaban en Hungría no les alcanzaba para vivir. La carta tenía un estilo parecido al que los mujiks (campesinos rusos) utilizaban cuando se dirigían al Zar. Ese era el tema de la película y yo cometí el pecado de proyectarla en campamentos de trabajadores. Después me presenté a la facultad para ingresar en la carrera de filosofía, pero al ver mis antecedentes no me permitieron ingresar, por lo que nunca fui universitario.’

‘Quise hacer otra película, también en 8 mm, sobre una familia obrera que ocupa un departamento abandonado del que son desalojados, pero no la pude realizar porque primero me detuvieron a mí y luego desalojaron a la familia. Más tarde ingresé en el estudio Béla Balasz y a los 22 años dirigí mi primera película. A esa edad pensaba que todo lo que se veía en cine era mentira y quería enfáticamente llevar a la pantalla a personas y situaciones verdaderas.’
Cuando se le etiqueta de cineasta político reniega: ‘Me movilizo y respondo cuando veo que las cosas se ponen mal, pero no creo que mi cine sea político, simplemente tengo sensibilidad social y realmente me duele cuando pisotean la dignidad de las personas y les roban la vida y las posibilidades de futuro.’
Combatir los convencionalismos, el cine como espacio y tiempo
En su discurso Tarr no se anda con monsergas ni pedanterías. ‘El cine es un arte muy pragmático, te levantas a las tres de la madrugada, hace frío, está oscuro, todo el mundo está jodido y los actores no saben dónde están. Y yo, como director, debo convencerles de algo.’
Al preguntarle sobre como mantener la creatividad en la industria del cine nos invita a combatir los clichés y a pensar en el cómo y no tanto en el qué. ‘Las historias son las mismas desde el Antiguo Testamento, lo importante es la forma, el cómo lo cuentas. Al final, las películas no son meros cuentos. Debemos tatar de explorar la complejidad de la vida en tiempo y espacio. La mayoría de cineastas ignoran el tiempo y solo utilizan el espacio como ambiente y pasan de un lugar a otro. Pero el espacio se siente, nos moldea y eso debe observarse’

La erosión del tiempo y el espacio es manifiesta en cada una de sus imágenes. Vemos a sus personajes sufrir las inclemencias temporales de forma física y mental. Tarr no utiliza planos cruzados, jamás monta dos situaciones simultáneas, eso no ocurre en la vida. Las acciones se acometen y se sufren de una en una, sin elisiones. «Es el día a día lo que me interesa, aquello que se pierde de lunes a martes. Mis películas no se ambientan en ninguna época concreta siempre suceden entre el hoy y el mañana «explica.
Lo comparan con Tarkovski: ‘Él era religioso, creía en dios. En su cine, cuando llueve nos purificamos. Mi lluvia sólo da barro y dificulta el paso. Hay una diferencia, digamos, filosófica.’ Otra cuestión buscaba la opinión de Tarr sobre la piratería y logró que se riera al recordar la siguiente imagen:

‘Lo único que me molesta es que las distribuyan en tan mala calidad’, sentenciaba. Tarr es un perfeccionista de la imagen, sus largas tomas coreografiadas al milímetro exigen la máxima precisión técnica. Es conocido por ser un planificador exigente y exhaustivo en todas las fases del rodaje. Aclara sobre su método de trabajo: Nunca empleó un guion cerrado, el cine es ritmo, sonido e imagen. La parte central es una buena preproducción: la localización de escenarios y el casting.

Insisten en su estilo autoral y él reivindica que es una labor colectiva y familiar y añade que la marca «Tarr» la componen cuatro personas: en primera línea su esposa y codirectora Ágnes Hranitzky, luego sus amigos y colaboradores habituales, el guionista y escritor László Krasznahorkai , el compositor Mihály Víg y él mismo. Por otro lado, profundiza en la música y su trabajo como una materia vital: «Jamás conversamos sobre cine, sino sobre las cosas que nos ocurren y que queremos retratar».
Al pedirle que explique cómo elaboró tal plano o tal escena invoca a Godard: «Simplemente sucedió así, encuentras un ritmo, un tempo adecuado de trabajo y las cosas salen, así me lo dijo Godard cuándo lo conocí siendo joven, pensaba que era un cínico, pero ahora pienso que tiene razón».
Su papel como docente y su búsqueda actual de la obra de arte total
Durante su estancia en Barcelona, Béla Tarr ha ofrecido dos clases magistrales para los alumnos de la ECIB y ha participado en un encuentro con los guionistas de la Residencia de Guiones de la Academia del Cine Català . Su vocación como docente es manifiesta, aboga por la libertad creativa sin restricciones.
En 2013, fundó una escuela de cine en Sarajevo, the Film Factory que contaba con otras figuras ilustres entre sus docentes (Aki Kaurismaki, Apichatpong Weerasethakul, Gus Van Sant, Tilda Swinton, Carlos Reygadas). De allí surgieron grandes talentos como la cineasta Pilar Palomero que ganó el goya por Las Niñas en 2020 o Manel Raga, cineasta y director de fotografía.
Así reflejaba Tarr sus años como profesor: «Fue una de las mejores experiencias de mi vida, tenía alumnos de todos los rincones del mundo. Cada uno era distinto. Y mi objetivo no era educarles, sino otorgarles paz, libertad y ayudarles a que se encontraran a sí mismos. Nuestro poder reside en nuestras diferencias, cada uno tiene una cultura y una experiencia propia. Los profesores, habitualmente, se dedican a decir cuál es la forma correcta de hacer las cosas, pero en el siglo XXI ya no hay reglas y puedes hacer una película como te dé la maldita gana. Sé tú mismo, confía en ti y escucha tus instintos.»

Le preguntamos sobre cómo sigue explorando su visión artística en la actualidad: » El cine me parece insuficiente, ya he acabado con ese formato. Recuperé la inspiración cuando me invitaron a una exposición de 300 mil metros cuadrados en el museo EYE de Ámsterdam, y en Vienna, cuando monté Missing People (2017), una instalación de arte total o como dicen los alemanes [Gesamtkunstwerk] con parte de filme animado, parte performance y parte de música en vivo. Creo que eso refleja mejor la complejidad de la vida. Así que, todavía tengo cosas qué compartir, pero no me preguntéis el qué, porque todavía está llegando.»

Tarr: «No me arrepiento de nada»
Finalmente, le pidieron que reflexionara sobre su carrera y si cambiaría alguna de sus películas. Sonríe: «Eso es como preguntarle a un padre qué piensa de sus hijos. Digamos que el mayor tiene una cabezota, el segundo orejotas y el tercero, una narizota. Pero son tus hijos. Eres honesto y dices lo que piensas. No me arrepiento de nada”.
Se hace silencio en la palestra, el maestro húngaro de mirada inquisitiva y penetrante se descubría en un aura de fragilidad, aquejado por la edad, pero sin perder un ápice de la honestidad que ha caracterizado su arte y su persona pública. Ayer, al enterarse de que se habían vendido todas las entradas de la sesión de Sátántangó, decidió saltarse su agenda y quedarse a charlar con el público ya pasada la medianoche. La retrospectiva continuará en la Filmoteca de Catalunya y el Cine Cooperativa Zumzeig hasta el miércoles 31 de enero.