Hágase tu Voluntad (2024) del cineasta español Adrián Silvestre, se estrena en salas el próximo 6 de septiembre gracias a la labor de DocsBarcelona y será la obra encargada de inaugurar la nueva temporada Docs del Mes, un ciclo mensual que busca distribuir los documentales más sugerentes del panorama internacional.
Este filme, delicado y profundamente personal, es un conmovedor retrato de la familia del propio Silvestre, que explora la fricción y la complejidad de las relaciones humanas. A través de una narrativa agridulce, pero no exenta de humor, el director enfoca su lente en la figura de su padre, Ricardo. Un hombre de personalidad compleja y polarizante, quien antes de iniciar un proceso de eutanasia busca reconciliarse con sus hijos tras más de veinte años sin contacto.
Conversamos con Adrián Silvestre para conocer más a fondo su proceso artístico y la visión del cine que le ha llevado a culminar un proyecto tan singular.
Silvestre (1981), conocido por obras anteriores como Sedimentos (2021) , donde trata poéticamente la identidad, y Mi vacío y yo (2022), que explora la disforia de género, se coloca ahora delante de la cámara para contar su historia más íntima y enfrentar con valentía los desafíos de la reconciliación familiar y de los designios de su padre en los momentos finales de su vida.
Hágase tu voluntad parece surgida de la espontaneidad de un instante más que de un rodaje planificado. ¿En qué momento decidiste que ibas a realizar un documental sobre tu padre y tu reencuentro con él?
Fue un proceso paulatino, evolutivo y muy revelador. Su idea no partió de mí, pues yo recibí una propuesta por parte de varias productoras para invitarme a desarrollar una película que tuviese que ver con la eutanasia y el deseo de morir dignamente. Mucho antes de que yo supiera que iba a hablar sobre mí, de mi propia familia y mi padre, empecé a viajar por España buscando relatos que tuvieran que ver con este tema. Como te puedes imaginar, eran relatos bastante amargos que distaban bastante del tono que yo suelo emplear en mis películas. Si bien puedo contar historias duras e incluso un poco trágicas, también creo que siempre hay mucha vida y mucho sentido del humor en mi cine y para mí fue un reto muy importante.

Por un lado, tenía muchas ganas de emprender esta película que iba a ser la cuarta, pero por otra veía que no iba a alcanzar la intimidad y el tono que estaba acostumbrado. Sin embargo, en la medida en la que iba conociendo a personas que deseaban una muerte asistida, de repente esto estaba sucediendo en mi familia.
Yo no tenía contacto con mi padre, hacía 23 años que no hablaba con él, pero mi hermana sí lo hacía, y me iba contando que, a partir de los dos ictus que sufrió y, tras perder a su pareja, él ya no quería vivir más. También estaba muy insistente en volver a verme antes de despedirse de este mundo. Yo esto es algo a lo que no quise enfrentarme hasta que, en un determinado momento, hablé con todos y me di cuenta de que la historia la tenía justo delante.
Hablé con los productores sobre mi situación familiar y con mi familia sobre el proceso cinematográfico en el que estaba embarcado. Y me apoyaron en la idea de hacer esta locura. No esperaban que fuera yo quien me situara delante de la cámara, pero me di cuenta que era mi historia y que nadie podría dirigirla mejor que yo.
En todo proceso documental hay una delgada línea entre realismo y simulación. ¿Cómo preparaste el primer encuentro con tu padre ante las cámaras? ¿Os habíais visto antes del rodaje?
No, yo hice un pacto con mi padre para poder hacer esta película que consistía en que no nos reencontraríamos, no nos veríamos y ni siquiera hablaríamos por teléfono hasta que eso no ocurriese delante de cámaras. Porque me parece que ese es uno de los momentos más orgánicos de la película. Si eso se preparaba de antemano, temía que el documental se viera más prefabricado.
Así pues, mi padre accedió, y toda comunicación la realizamos a través de mi hermana y del equipo de producción. Obviamente, tenía miedo de no hablar con él antes, porque para mí era saltarme la fase de testeo. Los directores usualmente hacemos un testeo para ver cómo las personas se desenvuelven frente a la cámara, cómo se expresan, cómo van a aguantar el ritmo de un rodaje, que al final, en un documental, es como una carrera de fondo. Además, para alguien que estaba tan mal de salud, había una probabilidad alta de que tirara la toalla.
Todos corrimos ese riesgo, y no fue hasta el segundo día de rodaje, tras el reencuentro, que me di cuenta de que él estaba a favor del proyecto y que se iba a entregar completamente.

Por primera vez en tu carrera actúas y diriges, ¿Cómo manejaste la dualidad de estar delante y detrás de la cámara, equilibrando tu rol personal con la responsabilidad creativa y narrativa del proyecto?
Por un lado, fue un hándicap estar delante y detrás de la cámara. Yo nunca he querido actuar ni lo quiero hacer en un futuro, pero obviamente no puedo buscar a otra persona para hacer de mí mismo. En un principio, se barajó la idea de que yo permaneciera más en segundo plano y que la historia se centrara más en mis familiares, pero al final nos dimos cuenta de que era crucial mostrar en primer plano la relación entre mi padre y yo.
Tuve que exponerme y, aunque extrañé detener la acción en el set para revisar lo que ocurría detrás de cámaras, no siempre fue posible. A menudo tenía un combo (monitor) entre las piernas mientras hablaba, pero por dentro me preocupaba si la conversación funcionaría en la edición o si un solo plano sería suficiente. El principal desafío fue vivir con la mente dividida constantemente. Aunque fue un poco estresante, también fue muy enriquecedor estar en la escena y poder controlar el ritmo desde dentro. Poder introducir un tema en la conversación o provocar que algo sucediera en el acto, frente a la cámara, fue algo muy divertido y que fui aprendiendo a lo largo del rodaje.
Dirigir a tus familiares en un proyecto tan cargado emocionalmente no es tarea fácil. ¿Cómo lograste que se desinhibieran y pudieran sentir y decir libremente delante de cámara?
Con la metodología que suelo emplear siempre, buscando que no sintieran una presión sobre lo que significa hacer una película. Simplemente, intento que vivan, que se diviertan, que no piensen en los artificios que hay detrás. Tampoco quería que sintieran la necesidad de cumplir con alguna expectativa para una escena concreta. Les di espacio para que hablaran de lo que quisieran y pudieran proponer o descartar con libertad.
También presenté al equipo con antelación. Conocieron y convivieron con mi familia en un ambiente de confianza para humanizar el proceso, de manera que las personas, al final, se olvidaran de que estábamos filmando y continuaran con su vida. Con mi padre fue igual. Cuando vio la película, había muchas situaciones que ni siquiera recordaba haber filmado.

¿Qué hiciste para poder integrar el dispositivo de rodaje sin perturbar ambientes tan íntimos y cotidianos?
Siempre hay un equilibrio que tienes que buscar entre factura técnica e intimidad. De hecho, siempre filma una única cámara. Aunque para la película fuimos prevenidos para rodar con dos cámaras, dos sonidistas, dos foquistas, acabamos aparcando una de ellas, para evitar ser invasivos.
Por otra parte, haciendo que el equipo técnico sea lo más reducido posible y casi invisible en sus acciones. Eso es, evitando que estén dando directrices en voz alta o alterando el espacio sin habitarlo previamente.
¿Hubo alguna inspiración visual o narrativa en particular que te guiara durante el proceso?
Este proyecto era muy, muy concreto, y con el equipo de producción hicimos un trabajo previo muy exhaustivo que nos llevó a escribir toda la película como si fuera una ficción. Pensamos en otros cineastas contemporáneos que han abordado el documental con licencias ficticias. Por ejemplo, El Agente Topo (2020) de Maite Alberdi, My Octopus Teacher (2022), que parece no tener relación, pero habla de la paternidad y cuándo rascamos un poco nos damos cuenta de que es una historia muy construida.
También, Dick Johnson is Dead (2020), que es la historia de una mujer que recrea diferentes formas de morir de su padre. No puedo olvidarme tampoco del gran hit español que fue Muchos hijos, un mono y un castillo (2017), que fue realmente inspirador.
Hay un momento dónde tu padre te comunica que le asaltan las visiones de su antigua mujer, Carmen, y tú decides recrearlas cinematográficamente y hacer realidad las fantasías de tu padre. ¿Cómo surge esa primera voluntad de hacer cine dentro del cine con él?
Esa es una de las cosas mágicas y sorprendentes que van sucediendo mientras haces la película y que a mí, personalmente, me encantan. Por un lado, responde al título de la película, Hágase tu voluntad, que tiene que ver con la decisión de aceptar el deseo del otro. En ese sentido, la película está dirigida por mí, yo tomo todas las decisiones creativas.
No obstante, es una historia que está al servicio de mi padre, y yo sentía la necesidad de concederle mayor control sobre el proyecto. Mi padre es un hombre fantasioso y romántico, mientras que mi cine es mucho más comedido, sobrio y realista. Me preguntaba, ¿qué puedo hacer para que su universo esté más presente en la obra? Y así surgió esa segunda vía narrativa, donde buscamos recrear las apariciones de Carmen. Además, fue algo que surgió de manera natural, ya que él me lo pedía entre jornadas de rodaje. «He tenido una idea, filmemos esto con humo», me decía.

Aunque me resultaba bastante chocante, ya que no coincidía con mi visión ni con mi forma de hacer cine, encontramos un punto de encuentro entre nuestros dos universos. Creo que, además, le aporta humor y fantasía, elementos que la película necesitaba, ya que para mí era muy difícil abordar el tema de la muerte en términos tan estrictos.
El final es sorprendentemente bello y esperanzador. ¿Crees que el cine puede ser una herramienta para la reconciliación y el entendimiento?
Sí, creo que, en nuestra generación, muchos de nuestros valores, nuestra forma de pensar y nuestra comprensión del mundo están profundamente influenciados por el cine. Es el arte que más hemos consumido en todos sus formatos y, en mi opinión, es el arte más universal. Cualquier persona, sin importar su origen, puede entender una película. Los valores que reproducimos a menudo se deben a un intercambio continuo; la vida se alimenta del cine y el cine de la vida.
Para mí, reencontrarme con mi padre era una tarea muy desafiante debido a todo lo que implicaba. Al considerar hacerlo a través de un dispositivo artístico, la tarea se volvió más manejable, ya que me permitió abordarla de manera creativa. Además, me dio la oportunidad de disfrutar el proceso y verbalizar cosas que nunca antes había expresado. Creo que esto le daba un sentido especial que quizás no tendría con otras personas. Todo esto se refleja en el final que elegimos mostrar: con mi padre no representando el final en sí, sino viendo ese final a través de la pantalla junto a mí.

Para terminar, ¿con qué te gustaría que se quedaran los espectadores al finalizar la película?
Me gustaría que la gente viera esta película como una invitación a reconectar con personas con las que han estado distanciadas durante años. Muchas veces no tomamos la iniciativa debido a la pereza, el orgullo o la dejadez. Pero, en realidad, ¿qué se pierde al intentar reconectar con alguien? Si las cosas no salen bien, al menos lo habrás intentado. Nunca podrás decir que no lo hiciste.