Un sol radiant: "Cuando el final se acerca, cambian las prioridades"

Un sol radiant: cómo reinventar el cine apocalítico desde la ternura

un sol radiant
Nos reunimos con tres de las creadoras de Un Sol Radiant en el Museo de Pontevedra para hablar de ternura, familia y creación colectiva.

Un sol radiant es el sorprendente debut colectivo de cinco creadoras audiovisuales formadas en la UPF —Mònica Cambra, Ariadna Fortuny, Clàudia Garcia de Dios, Lucía Herrera y Mònica Tort— que, tras su paso por el D’A Film Festival, se ha consolidado como una de las películas más originales de los últimos años. Lejos de los clichés habituales del género apocalíptico, la película imagina los últimos días de la humanidad desde lo cotidiano y los vínculos más íntimos: una casa, una familia, una fiesta.

Narrada desde la mirada de Mila, una niña de once años interpretada por Laia Artigas, la historia propone una relectura del fin del mundo desde los afectos, los silencios y la incertidumbre compartida. Completan el reparto Nunu Sales como Ingrid, la hermana mayor; Núria Prims como la madre, y Jaume Villalta como el abuelo.

Con una dirección coral y un enfoque luminoso, Un sol radiant destaca tanto por su solidez narrativa como por la sensibilidad con la que retrata el final —y el presente—. Hablamos con parte del equipo creativo para entender cómo nació esta película, qué significó crearla colectivamente y qué reflexiones personales se cruzaron en el proceso.

Nos encontramos en una de las salas del Museo de Pontevedra con tres de sus coautoras —Mònica Cambra, Mònica Tort y Ariadna Fortuny— en Pontevedra, donde Un sol radiant compite en la Sección Arrebato de los Premios Feroz.

un sol radiant feroz
Retrato de Pablo Lorente

¿Cómo nace Un sol radiant? ¿Cómo se trata una historia así en colectivo?

CAMBRA. Todo empezó en la universidad, en la Pompeu Fabra. Nos conocimos allí y coincidimos en el proyecto de fin de grado. A partir de ahí decidimos seguir trabajando juntas. Éramos cinco y al principio hacíamos absolutamente todo: escribir, dirigir, producir, montar, grabar sonido… A medida que avanzaba el proyecto y se iba profesionalizando cada una fue asumiendo un rol más definido. Ariadna codirigió conmigo y escribió el guion con Clàudia. Lucía y yo montamos. Pero siempre desde la horizontalidad. Todas las decisiones importantes las tomamos juntas.

TORT. También es importante matizar que, aunque durante el rodaje tuvimos que dividirnos más los roles, en todo el proceso creativo y en las decisiones importantes sobre hacia dónde llevar la película, siempre estuvimos muy unidas las cinco.

FORTUNY. La idea original partió de un corto que había escrito hace tiempo y que nunca llegué a rodar. Lo recuperamos y lo transformamos juntas. Lo que me interesaba entonces —y sigue interesándome— era cómo vivimos los finales. No solo el final de la vida, sino esos “microfinales” cotidianos: una ruptura, el final de una etapa, la pérdida de algo importante. Esos momentos donde todo cambia de lugar: lo que parecía vital deja de importar y otras cosas cobran de pronto una relevancia enorme.

Empezamos a trabajar juntas desde esa emoción, y fue un proceso muy duro, pero también muy bonito. Pasamos muchísimo tiempo hablando sobre la muerte, la familia, nuestras relaciones más cercanas… Poniendo en común nuestras vivencias y cómo nos posicionábamos ante esos temas.

La película transmite una sensación de ternura muy poderosa, incluso con la amenaza del fin del mundo flotando todo el rato. ¿Cómo equilibrasteis esa idea de fin con lo cálido?

CAMBRA. Lloramos un montón durante el proceso —sonríe—. Había días en los que simplemente nos reuníamos para hablar de nuestras familias, de cómo sería vivir una pérdida, o de cómo cada una imaginaba un final real. Leímos mucho sobre enfermedades terminales, muertes infantiles, sobre decisiones éticas, sobre el duelo. Y luego llegó 2020 y el confinamiento, y nos encontramos, como todo el mundo, aisladas, viviendo el apocalipsis en nuestras casas mientras escribíamos sobre ello.

Claro, todo eso coincidió, además, con la pandemia…

TORT. Fue extraño. Cada una estaba en su pueblo, conectadas por Zoom, viendo cómo el mundo entero vivía algo muy parecido a lo que nosotras estábamos escribiendo. Eso nos marcó muchísimo y nos hizo replantear el contexto de la película.

Y sin embargo, pese a lo duro del tema, la película nos transmitió una cierta sensación de esperanza.

TORT. Era justo lo que queríamos. Sabíamos que partíamos de una premisa muy triste, pero nos interesaba abordarla desde la luz, desde el cuidado. Nos gusta que eso haya llegado.

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FORTUNY. Es curioso porque cada espectador la vive de forma distinta. Hay quien la ve luminosa y esperanzadora, y hay quien la percibe como profundamente desoladora. Para nosotras, era clave equilibrar luz y oscuridad. El propio título ya habla de eso: Un sol radiant. Siempre quisimos que, aunque todo se viniera abajo, quedara esa sensación de que si hay alguien tendiéndote una mano —ya sea familia o no— se puede sobrellevar cualquier cosa.

CAMBRA. También nos interesaba mucho huir del relato clásico apocalíptico. En vez de mostrar supervivencia, destrucción y caos, quisimos centrarnos en cómo viviríamos algo así desde nuestra forma de estar en el mundo: con ternura, con contacto, con afecto. Pensamos mucho en cómo sería ese final si lo viviéramos como somos: dándonos mimos, acompañándonos, abrazándonos.

FORTUNY. Hubo una parte del proceso realmente bonita: trabajar con las actrices. Dedicamos muchísimo tiempo —probablemente más del que debíamos— a construir vínculos reales entre ellas. Y tuvimos mucha suerte, porque ya en el primer encuentro se generó una ternura increíble. Parecía que se conocían de toda la vida. Fue muy emocionante ver cómo esa intimidad que creamos luego se trasladaba a la pantalla.

¿Cómo lo conseguisteis? ¿Hubo algún tipo de dinámica especial?

FORTUNY. Sí, de hecho no les presentamos como se haría normalmente, con un “Hola, tú eres tal y tú eres cual”. Las guiamos en una meditación, para empezar el vínculo desde el cuerpo, desde el tacto. Fue muy físico y emocional desde el principio.

Todo muy distinto de la típica narrativa apocalíptica donde todo se vuelve violento, masculino… Está esa imagen del hombre solo, armado, en un mundo devastado.

TORT. Queríamos alejarnos de ese imaginario. Además, durante el rodaje, las actrices que interpretaban a las hermanas vivieron juntas en la casa donde grabábamos. Dormían en la misma habitación, compartían todo… Fue casi como un campamento de verano. Eso creó una intimidad muy genuina.

Y eso se nota en pantalla. Otra cosa que nos llamó la atención fue la tensión constante entre estar en un entorno cálido, familiar… y la certeza de que algo terrible se aproxima.

FORTUNY. Sí, hay un contraste constante entre la calma del presente y la angustia de lo que va a venir. Ese estado de disonancia emocional es central en la película. Queríamos mostrar cómo esa sensación aflora lentamente, de forma casi silenciosa.

¿Por qué decidistéis enfocaros en el punto de vista de Mila?

FORTUNY. Elegimos un personaje que tuviera 11 años porque es una edad liminar, entre la infancia y la adolescencia. Aún conserva esa sensibilidad intuitiva, pero ya empieza a hacerse preguntas profundas. Nos parecía muy fuerte esa conexión que tiene con la naturaleza, con el bosque… algo que los adultos del filme han perdido. Siempre decimos que Mila es “lunática”, en el mejor sentido: conectada con la luna, con lo intangible.

CAMBRA. Y de ahí también surgió la idea de que fuera ella quién propone hacer una fiesta. Mientras los adultos están atrapados en sus preocupaciones, ella intuye que lo que importa es despedirse de alguna manera. Vive el final desde un lugar más puro, sin el peso que los adultos suelen poner sobre la muerte.

un sol radiant mila

Y ese tránsito emocional que atraviesa Mila, ¿lo pensasteis desde el guion?

FORTUNY. Mucho antes de estructurar el guion, lo dividimos en función de las fases del duelo. Primero está la negación pasiva: Mila no sabe bien qué está pasando. Luego pasa a una negación activa: organiza la fiesta, que es una forma de mirar la muerte de frente y, al mismo tiempo, de evitarla. Después viene la negociación: todo lo que vive con el pájaro en el bosque, sus preguntas. Luego llegan la ira, la tristeza… y finalmente la aceptación. El final de la película es eso: ella aceptando, mirando de frente la realidad.

La película también plantea una crítica a lo sistémico: la desconexión con la tierra, el capitalismo, la crisis climática… aunque sin decirlo directamente. ¿Sentís que todo esto atraviesa vuestra generación de una manera particular?

CAMBRA. Sí, todo eso está en el fondo. No queríamos hacer un discurso explícito, pero nuestra generación vive con esa angustia constante. El meteorito puede ser una metáfora de muchas cosas: el colapso climático, el colapso emocional…

FORTUNY. Hay un lamento en la tierra, en el paisaje, en el sonido. Usamos mucho el fuera de campo para eso. No se ve el meteorito, pero se siente. El sonido nos ayudó a construir esa tensión constante, sin recurrir a lo espectacular.

CAMBRA. Durante el proceso de escritura ya estaba esa sensación latente, pero cuando llegó la pandemia se intensificó muchísimo. Hubo una toma de conciencia muy clara: somos una generación que sabe que no tiene garantizado un futuro. Hay una preocupación climática muy fuerte, y también una especie de tristeza generacional, una tónica depresiva que surge de vivir con esa incertidumbre constante. Es como si el presente se volviera mucho más importante. Ante la imposibilidad de proyectar un futuro claro, lo único que queda es agarrarse al ahora. Y ahí está la pregunta: ¿cómo nos comportamos cuando ya no hay nada asegurado? ¿Qué priorizamos?

FORTUNY. En la película, el fin del mundo viene por un meteorito, pero hay una lectura clara que conecta con el colapso climático. Sí, aunque no hablamos directamente de cambio climático, la sensación de que “la Tierra se acaba” está presente. Y lo abordamos mucho desde el diseño sonoro. Recuerdo que, trabajando en esa fase, hablábamos del “lamento de la Tierra”: hay sonidos graves, otros más etéreos como una flauta oscura… queríamos que el sonido transmitiera esa especie de queja silenciosa de la naturaleza.

Queríamos que la naturaleza hablara por sí misma. Como si estuviera avisando, como lo está haciendo en la vida real. Hay una sabiduría en lo natural que hemos aprendido a ignorar, pero que está ahí, expresándose todo el tiempo.

Y en cuanto a la puesta en escena, habéis elegido no mostrar el apocalipsis en los términos habituales: no hay noticias, ni explosiones, ni caos.

FORTUNY. Exacto. Fue una decisión consciente. Queríamos contar un apocalipsis desde lo íntimo. Pero claro, eso también fue un reto. Durante el montaje, cuando aún no teníamos el universo sonoro bien definido, algunas personas que veían la película decían: “No me creo que se esté acabando el mundo, están demasiado tranquilos”. Entonces en el fuera de campo se volvió esencial.

CAMBRA. Sí, todo lo que no se ve pero se escucha, o se intuye, genera esa tensión. El reto era ese: cómo construir la sensación de fin sin los códigos típicos. El sonido fue clave para eso.

¿Cómo abordasteis el retrato de generaciones más lejanas a vosotras, como la de la madre o el abuelo?

CAMBRA. Con las hermanas lo teníamos claro, porque al final pertenecen a una generación que conocemos: fuimos esas niñas, esas adolescentes. Pero claro, los personajes adultos eran un reto. Ahí tiramos mucho de nuestras madres. Hablamos largo con ellas, nos proyectamos en sus historias familiares… y también nuestras experiencias eran distintas, así que construimos desde ahí.

FORTUNY. Sí, escribir personajes adultos fue enfrentarse a algo que no hemos vivido en primera persona. Y las actrices nos ayudaron mucho a darles cuerpo y alma. Con Núria Prims, por ejemplo, hablamos muchísimo, y ese diálogo con ella fue clave.

Nos gustó ver a una madre representada más allá de ese rol perpetuo de “cuidadora”…

FORTUNY. Durante el proceso me di cuenta de muchas cosas sobre la mía. Esa voluntad inmensa de proteger, de estar ahí… pero también lo que hay detrás. En la peli, la madre tiene que lidiar con la muerte de sus hijas, pero también con la suya propia, y con la de su amiga. Todo eso se va acumulando. Al principio del film está muy presente, muy activa, pero luego simplemente ya no puede más. Y creo que con nuestras madres pasa eso también: están siempre, pero son personas con su propia historia, sus miedos, sus contradicciones. La película, de alguna forma, ayuda a verlas como mujeres más allá del rol de madre.

CAMBRA. Y también pensábamos mucho en cómo había llegado esta mujer a ese lugar, a esa casa en medio del campo, viviendo con el abuelo y las niñas. Imaginamos una biografía no canónica, con curvas. Alguien que ha pasado por muchas cosas y ha acabado formando una familia fuera del molde tradicional.

¿Todas estas herramientas de construcción de personajes, de escritura… las desarrollasteis durante la carrera?

TORT. Bueno, lo cierto es que cuando empezamos, no teníamos tan claro lo que implicaba hacer una película. La Pompeu tiene cosas muy buenas, como las tutorías. Tuvimos a gente increíble: Carlos Marquès-Marcet, Carla Simón, Celia Rico… Nos ayudaron mucho contándonos cómo trabajaban. Pero luego, desarrollamos nuestra propia manera de trabajar. Aprendimos muchísimo haciéndolo.

FORTUNY. Sí, y aunque con estos cineastas estuvimos solo una semana, nosotras aprovechamos al máximo. Los exprimimos.

CAMBRA. También perdimos el miedo a pedir ayuda. Si conocíamos a alguien que admirábamos, lo llamábamos. Y tuvimos la suerte de que eran personas bellísimas, además de cineastas. Eso fue importante: ver referentes que parecían accesibles. Sin eso, habría sido difícil imaginar que podíamos hacer una peli.

FORTUNY. Trabajamos un año en el montaje. Nos permitimos abrir todos los caminos posibles, probamos de todo… hasta que dimos con lo que funcionaba.

CAMBRA. Llevábamos tanto tiempo trabajando juntas que al final compartíamos cerebro.

escena de un sol radiant

¿Y con qué os quedáis ahora que lo veis en retrospectiva? ¿Qué habéis aprendido de este proceso?

CAMBRA. Mira, yo no me imaginaba que hacer una película implicara todo esto. Pero al final he aprendido más sobre la vida y las personas que sobre cine. Hacer cine es acercarse a lo humano, y eso me gusta. Es duro, sí, pero también es una herramienta de crecimiento personal muy potente.

TORT. Yo diría que lo que más me marcó fue cómo las relaciones afectan a todo: antes, durante y después del rodaje. La relación que teníamos entre nosotras, la que creamos con las actrices, con el equipo… influye en todo. Me quedo con eso, sin duda.

FORTUNY. Y yo con haber aprendido a confiar. En tu intuición, en la del equipo. Aprender a vivir con incertidumbre, a decir: “no sé si esto va a funcionar, pero voy a seguir adelante igual”.

CAMBRA. Sí, confiar. Porque el cine es un proceso de cambio constante, todo el rato te estás transformando. Así que hay que agarrarse a algo, y para nosotras, ese algo era la confianza. Nuestro lema era: “Hay que confiar porque si no confías, no hay confianza”.

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