Proyecto de un viaje a Sudamérica
En 1973, Susan Sontag publica Proyecto para un viaje a China, un corto relato que pertenece a su escasa literatura de ficción. Una etiqueta bastante discutible, considerando la carga emocional y confesional del texto, un conjunto de diferentes registros (notas, citas, listas, diálogos avulsos, gráficos) que hacen del proyecto del viaje algo mucho más valioso que su concreción. Sin los obstáculos de la materialidad, los paisajes que ansía recorrer se ven enriquecidos a medida que evoca todas las referencias de su imaginario.
“¿Este viaje mitigará un anhelo?” Pregunta la Sontag ficticia.
“P. (ganando tiempo): ¿El anhelo de ir a China, quieres decir?
R. Cualquier anhelo.” Proyecto de un viaje a Sudamérica
En cualquier caso, la ficción no es más que una convención para decir la verdad sin la necesidad de atenerse a los hechos: la literatura es, siempre, un escudo tras el cual desnudarse ante el mundo. Yo detesto la ficción, aunque no estoy segura de que exista algo más allá de ella. Si no fuese cautiva de la procrastinación, este escrito probablemente se llamaría “Proyecto de un viaje a Sudamérica”. Pero este viaje ya comenzó, y no recuerdo las expectativas que tenía antes de llegar como para escribir una autoficción retroactiva al modo de Sontag. De cualquier manera, su texto, como el mío, corresponde al espacio ácrono del anhelo que, como advierte Octavio Paz, es hijo de la imaginación: un sentir fuera del tiempo en tanto que reúne retazos de memoria para construir una imagen premonitoria. El anhelo evoca fonéticamente una nostalgia, pero de algo no vivido; por ello es falta, y por ende búsqueda.
En su texto, Sontag alude a una arqueología del anhelo, en tanto que la expectativa de ese hipotético viaje a China encierra tanto su interés por la sabiduría y por las murallas (“China es célebre por ambas cosas”) como por recuperar algo propio de su pasado o, mejor dicho, su ante-pasado, ya que parte de su obsesión por China radica de la convicción -o la fantasía- de haber sido concebida allí, en aquella tierra lejana e inabarcable donde moriría su padre. De ahí esa necesidad empírica de vivir el pasado para redimirlo.
La imaginación es hija del deseo y el deseo nace con la distancia. (Octavio Paz)
Una metodología de la desorientación
Por mi parte, me propongo una topografía de los anhelos (de cualquier anhelo): la inscripción de todo lo que se esconde o se desvela en cada nueva geografía; la traducción de ese tránsito por el espacio como excusa para el paso del tiempo. Una topografía se distinguiría de una cartografía de los anhelos porque no se trata de enmarcar los espacios físicos o imaginados donde se articulan esos anhelos: mapear no viene a ser otra cosa que organizar espacialmente, y me interesa más proponer una (anti)lógica de la desorientación. Se trata, entonces, de intentar articular cómo los anhelos se apropian de -o se someten a- cada espacio. A su vez, el anhelo -cualquier anhelo- no es definible sino como falta -cualquier falta-: es, según Lacan, la metonimia de la falta del ser.
Claro está que detrás de toda esa abstracción se encuentran significantes particulares tanto como universales. Una viaja sobre todo porque existe un pensamiento intuitivo y, no obstante, probablemente falaz, de que conociendo sitios lejanos y diversos una entenderá mejor en qué consiste la vida, cuáles son las leyes que rigen el universo o, en casos menos ambiciosos, el mundo. Paz define el viaje como ese camino perdido que une el microcosmos al macrocosmos. Pero yo no podría siquiera pretender explicarte por medio de estos breves relatos lo que es el mundo. Por lo tanto, sea cual fuere lo que buscas leyendo estas líneas, no esperes encontrar la verdad; primero porque no existe, y segundo porque no me interesa. La verdad es, en líneas generales, una convención moral y su búsqueda es el más indigno de los caprichos humanos, aunque no exista nada más noble y genuino que un capricho. Mi capricho, por ejemplo, era huir del frío y del tardocapitalismo salvaje del continente donde nací, y volver a la calidez del tardocolonialismo nefasto del continente donde crecí. Las implicaciones socioculturales e identitarias que se perfilan tras este retorno -a lo nuevo, esta vez- son demasiado extensas para ocupar este prolegómeno.
La cuestión es que el rechazo a la búsqueda de una verdad universal y resolutiva no anula un compromiso con la realidad, especialmente una de naturaleza tan problemática -si es que alguna no lo es- como la latinoamericana. Este compromiso debe atravesar toda la complejidad material de un proceso histórico brutalizado, cuyas dinámicas no se resuelven ni se superan sino que se renuevan, reciclándose en nuevos significantes. Aunque parezca un bucle, se trata de una espiral y no puede, por tanto, entenderse desde lógicas binarias o revisionistas (en su acepción falaz y reduccionista).
Si el anhelo es la unidad básica de la psique, ¿dónde pretender hallarlo sino en su rastro, su signo, su condición misma de ausencia? Tal como lo buscaba Chico Buarque en À flor da terra, lo más probable es que se encuentre en los susurros y los suspiros de la multitud, en las aspiraciones colectivas de un pueblo que sigue habitando lo que Waman Puma, ya en los albores de aquel atroz siglo XVII, concibió como un mundo al revés.
La historia de los pueblos asentados a lo largo de la cordillera más grande del mundo es tan accidentada, impredecible y única como su relieve. El otro día leí en la trasera de un camión – donde verdaderamente reside la filosofía – que “no en vano se nace al pie de un volcán”. Lo mismo podrían decir los habitantes del desierto más árido del mundo, o de la capital más alta del mundo. Los récords geográficos del continente americano se traducen en un modo especial de resiliencia; resta a cada latitud construir su medida única entre hastío y esperanza, revuelta y sazón.
La propuesta de una metodología de la desorientación tiene que ver con un ejercicio de inconsciencia ante la inadecuación que constituye fundamentalmente la vida misma, donde ni el caos ni el cosmos terminan de encajar. Un rechazo a la insistencia positivista en encontrar respuestas (lógicas!) a todos los misterios que sostienen la existencia humana, y en forzar soluciones simples, rápidas y baratas a cuestiones complejas que permean de lo más etéreo a lo macizo del cotidiano. Esta topografía de los anhelos trata, entre muchas otras cosas, de comprender el espacio físico a través de su eco psicológico, la vastedad y diversidad del continente sudamericano en sus interminables contradicciones, en ese forcejeo entre la naturaleza que somete a la vez que es sometida por el capricho humano. Proyecto de un viaje a Sudamérica