Samsara (Lois Patiño, 2023) es una obra incatalogable, mezcla de documental y ficción, excede la misma etiqueta de película y se eleva como una experiencia sensorial y sensible. El título refiere al concepto budista de la reencarnación que el metraje cubre en sus tres etapas: muerte, resurrección y nacimiento; por ese orden. Cada parte exige una implicación activa, pero quienes logren conectar vivirán una travesía espiritual inigualable.
Samsara, un logro para el cine experimental
Todo comienza en Laos en un templo budista donde la cámara muestra pacientemente como conviven decenas de monjes adolescentes. Uno de ellos se distingue del resto por recitar el Bardo Thödol (libro tibetano de los muertos) a una mujer anciana, un texto que debe leerse a las personas justo antes de fallecer. Esta guía hacia la reencarnación del alma es el puente que cruzaremos para llegar al segundo tramo de la película. Siguiendo las instrucciones que aparecerán en la pantalla, cerraremos los ojos y meditaremos hasta llegar a un lugar completamente distinto. Zanzíbar será el nuevo destino. ¿Las protagonistas? Dos niñas y una cabritilla recién nacida que irán mostrando las tradiciones de diversas comunidades animistas y musulmanas que intervienen en su cotidianidad.
Samsara culmina así como una exploración intercultural plagada de hallazgos y curiosidades. Documentando la vida en cada etapa, de forma desprejuiciada, lega imágenes para el recuerdo: el retrato de los monjes meditabundos en la cascada, las niñas en las marismas entre cangrejos y algas o la propia imagen mental que se genera al meditar en la oscuridad de la sala.
Durante todo el metraje, la palabra es escasa y llega despacio, casi en último lugar, tras la admiración del paisaje y sus personajes, sus sonidos y sus gestos. Algo habitual en el proceso creativo del autor, Lois Patiño, que nos habló de su labor cinematográfica y su motivación con Samsara.
Lois Patiño, un cineasta innovador y libre
La filmografía de Lois Patiño (1983, Vigo) la integran numerosos cortos y tres largometrajes. Todos destacan por sus experimentaciones formales y por su gran capacidad inmersiva.
«Mis proyectos siempre parten de la voluntad de explorar un concepto cinematográfico que se acaba convirtiendo en una forma de hacer cine—explica Patiño—. En Costa da Morte (2013) se trataba de la distancia en el cine y lo que suponía grabar todos los planos desde una distancia determinada. En Lúa Vermella (2020) quería explorar la inmovilidad y qué experiencia temporal emerge cuando las figuras están inmóviles en el paisaje. Con Samsara (2023) todo empezó con la idea de las imágenes invisibles. Quería grabar una película que debiera verse en parte con los ojos cerrados. Proponer al espectador un viaje de imágenes mentales guiadas por lo sonoro».
La puesta en escena de Patiño en Samsara es comparable a la del cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul. Es común su interés en contemplar el paisaje en su convivencia con los mitos y las personas que lo habitan. Ambos tiñen sus trabajos de una pátina onírica espectral aún en su vertiente más documental. Se esfuerzan por señalar los vacíos y las ausencias en las tradiciones y los ritos, impregnan sus fotogramas de ritmos cotidianos que hipnotizan al espectador. Se evoca lo invisible, sobreimponiendo iconos y símbolos que se desvanecen en la imagen real cuando los monjes duermen. Lejos de la linealidad del cine convencional narran desde la libertad de la naturaleza con una integridad artística fuera de lo común.
Una filosofía creativa que también comparte con sus compañeros de generación Óliver Laxe, Jaione Camborda, Diana Toucedo, Eloy Enciso todos grandes y celebrados exponentes de lo que ha venido afirmándose como el Novo Cinema Galego.
Sin embargo, a diferencia de Weerasethakul, y sus compañeros, Patiño rueda aquí en tierras extranjeras y el principal reto afirma «fue grabar evitando los exotismos y la mirada turística». Describe que el rodaje tuvo lugar con un equipo muy reducido de personas, dada la escasez de medios. «Fue vital la involucración de los locales de cada región tanto delante como detrás de las cámaras para dejar espacio y permitir que aflorasen sus problemáticas actuales». El elemento crucial subraya fue «desarmar los hermetismos culturales para que el diálogo fluyera y pudiéramos sentir que establecíamos una verdadera conexión. Sin ello, todo este proceso no hubiera tenido sentido».
Una experiencia colectiva y sensitiva única
En sus tres partes bien diferenciadas, Samsara siempre apunta a lo comunitario y universal. Buscando la riqueza en la diversidad y el contraste, se sumerge en una agrupación espiritual budista, con ausencia casi total de diálogos para luego introducirse en un viaje de reencarnación y acabar en las tradiciones de los masái en Zanzíbar.
En la cuna de la humanidad, nos introduce en las escuelas, en las familias, en una comunidad de mujeres que recoge algas. La visión proviene de la curiosidad más genuina en las etapas más primerizas de la vida. De los adolescentes budistas a las niñas zanzibarianas que buscan conocer y reconocer al otro y en el otro. Así se muestran momentos de intercambio cultural dentro de la austeridad de sus vidas. De tal modo, se expresa la solidaridad, siempre hay nexos de unión, notas de colaboración y comprensión ante cualquier contexto.
En el medio, se sitúa la mirada del espectador que se queda en trance con el pasaje meditativo y busca encajar las secuencias entre viajes metafísicos. La fotografía de Mauro Herce de Laos en 16mm, genera un ambiente suspendido, brumoso y líquido, casi onírico que refuerza el trance inmersivo. En Zanzíbar, para subrayar la transición cambiaron de director de fotografía. Jessica Sarah Rinland tomó el relevo trabajando la tonalidad de la imagen para que tuviera una textura más seca y fragosa cercana a la flora del lugar.
Igualmente, la sonoridad y la musicalización son cruciales para sostener la hipnosis entre transiciones. Así, gracias al motivo sonoro y una óptica precisa, identificamos que la cabra que acompaña a las niñas zanzibarianas es el nuevo cuerpo de la fenecida anciana de Laos. Trascendiendo concepciones antropocéntricas típicamente occidentales y mostrando la naturaleza en estado puro. Las creencias se van diluyendo a medida que avanza el metraje y paulatinamente solo queda la realidad más elemental: la tierra de las montañas y el agua del mar. Asimismo, el tratamiento plástico de la imagen funde en ocasiones figuras y fondo en cuadros de una cosmogonía casi espectral.
Sin duda, una propuesta arriesgadísima desde su producción que supone un nuevo logro para el cine experimental de nuestro país. Reafirmado internacionalmente con el Premio Especial del Jurado (Encounters) en el pasado Festival de Cine de Berlín. Con gran recibimiento del público que hizo pleno de asistencia en la Seminci de Valladolid o más recientemente en l’Alternativa 2023 en Barcelona. Recomendada para las personas que busquen un espacio de calma y contemplación fuera del cine comercial y para todas las que aguanten el cadencioso embate de unas imágenes que requieren mirar con los ojos cerrados. Pongan a prueba los sentidos en una sala de cine este próximo 20 de diciembre.