El cómic ha tratado la soledad y el aislamiento modernos con frecuencia. Es un medio propicio para ello, ya en la esencia de su lenguaje requiere un ritmo interno entre la conexión y desconexión de sus viñetas y globos de texto. En sus páginas, liberados en cuadrículas, se han conectado pensamientos aislados y expandido las subjetividades más marginales y desbordantes. Así lo demuestran obras como «Domingo Flamenco» o «No te vayas«, abordando magistralmente las ansiedades post-pandemia y las experiencias más anodinas de nuestra cotidianeidad.
En esa misma línea y durante ese período de incertidumbre planetaria y personal, Lisa Blumen compuso su nueva obra, «Astra Nova».
La autora francesa ganadora del premio Utopiales 2023, es conocida por utilizar escenarios de ciencia ficción para explorar el extrañamiento de las relaciones humanas en nuestro presente. Así lo hizo con su primera y muy celebrada obra «D’avant l’oubli» (2021) —aún inédita en español— en el que unos personajes debaten que hacer con sus vidas ante la inminencia del fin del mundo.
En Astra Nova , nos transporta a un futuro próximo con una premisa que depara una soledad cósmica. Su protagonista, Nova, una astronauta que lleva preparándose años para una misión en solitario y sin retorno—viajar a un planeta a 2,5 millones de años luz de la Tierra— se ve forzada por su empresa a realizar una despedida con sus conocidos antes de marchar definitivamente.
En una lujosa casa frente al mar, al estilo le Corbusier, se reunirá con sus únicos contactos significativos conocidos, tres amigos de infancia: Ulysse, Isseult y Alan. Convocados por la corporación, asisten con una mezcla de incomodidad y curiosidad tras más de una década sin verse.
Este será el epicentro del relato, un reencuentro donde, mediante flashbacks intercalados y diálogos genuinos, vamos conociendo con mayor profundidad a cada personaje y sus heridas. Ulysse, un arqueólogo atrapado en una vida sin pasión a cargo de un padre enfermo; Isseult, desbordada por la maternidad y por un marido ausente; y Alan, un drag queen inmerso en relaciones amorosas fracasadas y deshonestas. Todos portan sus propias formas de desconexión. En un principio, más que acompañar a Nova en su despedida, parecen espejos de un mundo donde los vínculos humanos ya no ofrecen refugio, solo eco.
Esta resonancia emocional se refleja en el dibujo etéreo de Blumen, sus contornos tenues y la paleta pastel casi desleída, remiten a un mundo en el que la corporalidad está a punto de evaporarse. Igualmente, la sobriedad de los fondos urbanos dan la sensación de un futuro limpio, pulido, pero profundamente inhóspito. Esta elección formal acentúa el carácter flotante de su narrativa, que se despliega sin grandes tensiones dramáticas en un aire de suspensión melancólica.

Sin embargo, esta belleza visual y emocional entra en tensión con las limitaciones estructurales de la obra: la brevedad del cómic impide que los temas se desarrollen con la profundidad que merecen. El giro hacia la introspección espacial se precipita hacia un final que, aunque coherente, resulta demasiado previsible. El cierre no sorprende ni conmueve del todo, como si el destino de Nova, marcado desde el inicio, dejara poco margen a la transformación.
En general, Astra Nova funciona mejor como atmósfera que como relato. Hay destellos de poética trascendente —los paneles suspendidos en la deriva del espacio, el naufragio de Nova—, pero no alcanzan a construir un discurso plenamente sólido o memorable. Y tal vez sea intencional: en un futuro donde las corporaciones administran incluso el duelo de partir, ni el viaje más extraordinario escapa al vacío de sentido.
Lo que queda en la primera mitad es la sensación de una despedida no vivida, de una humanidad que, incluso al borde de las estrellas, aún no sabe cómo estar con otros. Es ya en la parte final, cuando el recuerdo de una amistad genuina cobra fuerza: cuando los personajes se despojan de sus apariencias y se permiten simplemente disfrutar como los viejos amigos que dejaron de ser. Es en esa piscina familiar, que refleja una parte del cosmos, donde los cuatro protagonistas entregan momentos de honda humanidad. Una humanidad fragilizada que hace mella en Nova y resquebraja su narrativa de «éxito espacial».
Nova, tras años de reclusión y auto explotación en nombre de un ideal de éxito individualista, había olvidado el valor de los vínculos genuinos. Abducida por la lógica de la autosuperación y el interés egoísta como fuerza motor, había perdido de vista que no somos entes aislados, sino seres sociales cuyo sentido se construye en relación con los demás. El éxito o el fracaso acaban siendo ficciones externas; lo verdaderamente transformador es el lazo que establece con los demás.
En esa grieta en la conciencia de Nova se filtra otra posibilidad: la del cuidado mutuo, la presencia compartida y el tiempo no productivo. El abrazo con Iseult y la caminata final por el bosque lo certifican y hablan mucho más claro que los bocadillos de texto. La narrativa vital de cada uno se construye en el encuentro y no en la despedida.
Astra Nova con todo y sus falencias, deja una estela que va más allá de su argumento. En un universo que empuja al aislamiento y glorifica la autosuficiencia, el cómic sugiere que las redes de cuidado —aquellas que sostenemos y nos sostienen— son formas de resistencia y refugio. Y que el autocuidado no es solo retirada, es también apertura al otro: permitirse ser vulnerable, necesitar y ser necesitado. Incluso en el silencio del espacio, Astra Nova nos recuerda que seguir cuidándonos es, quizá, el acto más necesario.