Víctor Erice, un compromiso existencial con el cine
En 1973 ‘El espíritu de la colmena’, dirigida por Víctor Erice y producida por el prolífico Elías Querejeta, se llevaba la Concha de Oro convirtiéndose así en una película de culto en el circuito internacional. Diez años más tarde el mismo tándem estrenaba ‘El sur’, basada en la novela corta de la escritora extremeña Adelaida García Morales, figura enigmática de la literatura española y compañera sentimental de Erice durante veinte años, injustamente retratada por Julia Navarro en una sensacionalista ficción sobre su vida a raíz de una anécdota relacionada con su muerte.
El director vizcaíno en 1992 presentaba su último largometraje hasta la fecha: ‘El sol del membrillo’ que recibió críticas dispares. Ganador del Premio del Jurado en Cannes, este film de difícil clasificación, ahonda en los procesos creativos del conocido pintor realista Antonio López desde un estilo documental.
El cineasta de 82 años recogía la semana pasada el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián de las manos de la actriz Ana Torrent. Este reconocimiento a su trayectoria estuvo lleno de emoción al ser otorgado en la ciudad en la que creció y se enamoró del cine como maniobra de escapismo ante el franquismo. Durante las últimas décadas Erice se mantuvo al margen de los circuitos industriales realizando cortometrajes, mediometrajes y videoinstalaciones y, por ello, respondía con sorna a una entrevista en El País en la que evidenciaba que hay mucha vida más allá de los patrones que rigen la industria del audiovisual. «Mi compromiso con el cine ha sido de una naturaleza existencial más que profesional» respondía a la periodista Luz Sánchez-Mellado.
En estos momentos, presenta «Cerrar los ojos» un nuevo largometraje coescrito con el guionista Michael Gaztambide. Erice ofrece resistencia a la hora de alimentar el relato de los medios mainstream donde se tilda a la película de «testamentaria o de leyenda épica». Relato en el que el autor no se reconoce ni se siente representado. En sus propias palabras, aceptar que este film es el broche de su carrera implica conformarse con ser relegado «a los museos de cera o al cementerio».
‘Cerrar los ojos’, el cuarto largometraje de Erice
«Cerrar os ojos» es una película que aborda el paso del tiempo. Sus tres horas de duración son reconfortantes como el reencuentro con un viejo amigo. Uno va recolectando pequeñas pistas para corroborar con alivio lo que aún permanece y , al mismo tiempo, se cogen fuerzas para enfrentarse a lo conocido -que con el paso del tiempo ha mutado inexorablemente-. Y ya de camino a casa uno se examina, tratando de reconocerse ante la duda de si, como el otro, el cambio se da en uno mismo también.
Entre aires tangueros ‘Cerrar los ojos’ gira en torno al misterio de la desaparición en los años 90 del actor Julio Arenas (José Coronado). Manolo Solo encarna a Miguel Garay, un director de cine solitario que nunca llega a finalizar una película llamada La mirada del adiós debido a la repentina desaparición de Arenas, su actor protagonista. No obstante, veinte años después, a partir de un programa amarillista de televisión, logra localizarlo gracias a la ayuda de la trabajadora social de un geriátrico (María León).
El film abre y cierra con el inicio y el final de este película ficticia de Garay, La mirada del adiós, un guiño a la adaptación fallida del libro El embrujo de Shanghai de Juan Marsé. Erice nunca llegó a filmarla por desavenencias con el productor y fue finalmente dirigida por Fernando Trueba.
El comienzo de la película nos sitúa en una villa francesa habitada por «Triste-le-Roy» (Josep Maria Pou) que ofrece a José Coronado el trabajo de recuperar a su hija. Aquí el director rompe el relato para quebrar la representación de la ficción clásica presentada con todos y cada uno de sus elementos: desde un rey espera triste la muerte (con el que se atreve a hacer una analogía con Juan Carlos I), pasando por una princesa que redime con su mirada, hasta un héroe que debe emprender un largo viaje para traerla de vuelta.
La villa de Triste-le-Roy es una referencia clara al cuento de Borges La muerte y la brújula, donde la quinta representa el umbral que separa lo temporal de lo eterno. En la villa podemos ver la escultura de Jano, el dios romano de dos caras, una que mira hacia delante y otra hacia atrás. Arenas y Garay, actor y director, son las dos caras de una misma identidad; mientras uno no puede huir del pasado, el otro se ha librado del peso de la memoria. En el transcurso de la cinta Miguel Garay decide investigar por su cuenta y reunirse con la hija de Arenas, Ana (Ana Torrent); con su amigo Max y con su antigua amante Lola (Soledad Villamil) tratando de encontrar respuestas a su pasado.
Erice y Torrent se encuentran de nuevo en esta película después de 50 años. Torrent se hizo actriz gracias a Erice y a Erice se le atribuye una de las escenas más icónicas del cine español gracias a la mirada de Torrent, deslumbrada observando como llega el tren. Hace unos días la actriz declaraba que lo que está cambiando es el mundo, pero no el cine de Erice que sigue siendo universal.
Una película sobre la memoria y el olvido
Se habla de la memoria pero también del olvido, las dos caras de la moneda. También de la vejez y el paso inexorable del tiempo, cuando el entrañable Max Roca habla de saber envejecer “sin temor ni esperanza” haciendo alusión a los gladiadores del circo romano. Max Roca (Mario Pardo) interpreta al editor, amigo de Garay, que añora el celuloide y que aún conserva dos latas de la malograda La mirada del adiós.
Aunque el personaje de Pardo asegure que “En el cine ya no hay milagros desde que murió Dreyer” y el propio Erice se muestre crítico con los manierismos del cine de autor actual, este último señala que su película no es nostálgica ni él se encuentra anclado al pasado.
En definitiva, la memoria y el olvido son el eje central de una propuesta conmovedora, atemporal, llena de gentileza y humanidad donde el propio espectador es parte activa de la obra al verse obligado a escoger entre lo nuevo y lo viejo.