Por algún lugar entre la rabia británica y la melancolía irlandesa, entre el pogo y el rezo, entre el rugido y la contemplación, se colaron Idles y Fontaines D.C. en el Primavera Sound 2025 para desencajar las vértebras del indie y recordarnos que el punk no solo grita: también incomoda, sacude y posiciona.
IDLES en contexto, furia y deconstrucción
Desde las entrañas industriales de Bristol, IDLES emergieron en 2009 como una patada en la cara al cinismo postmoderno.
Empezaron a cocinar su ruido en pequeñas salas, y con Brutalism (2017) marcaron territorio: punk a bocajarro, letras como ladrillos y una batería que suena a demolición. Luego llegó Joy as an Act of Resistance, que les catapultó como referentes del punk emocionalmente politizado ( a veces más terapia de grupo que concierto). Dedicando sus letras a hablar de la masculinidad tóxica y a performar todo tipo de estilos estéticos, desde salir guitarreando vestidos con tutús de bailarina a hacer body snakes en mallots brillantes.

Joe Talbot, el vocalista con cara de rabia permanente, es el alma de una banda que no se anda con rodeos. Junto a él, Mark Bowen (el guitarrista bailongo mejor ataviado), Adam Devonshire al bajo, Jon Beavis a la batería, y más recientemente Lee Kiernan (segunda guitarra) son la artillería al completo.
A lo largo de los años han afinado su rabia, y con TANGK (2024), abrieron la puerta a una sensibilidad melódica sin perder el filo: amor, sexo, anticapitalismo y vulnerabilidad, todo empacado en 11 temas que suenan igual de coléricos (aunque un poco más bailables).
En el Primavera, rabia desatada y mensajes claros
Así, la tarde del jueves 5 de junio, Idles abrieron como quien entra rompiendo una puerta a patadas. “Colossus” como intro, una distorsión que cruje en los dientes y retumba en el pecho, y de pronto: Joe Talbot alza la voz por encima del riff y grita:
“Free Palestine!”
El público responde en coros: “¡Viva Palestina!”. «Esta es una canción antifascista» grita de vuelta el respetable una y otra vez al inicio y al final del tema. El público ruge y ya no hubo vuelta atrás.

Entre trallazos como “Never Fight a Man with a Perm”, “Mother” y “Danny Nedelko”, el concierto se convirtió en un exorcismo político y colectivo, donde el pogo servía para purgar y exteriorizar la impotencia. Mark Bowen se lanzó varias veces al público realizando contorsiones imposibles y estirando el cable de su guitarra eléctrica hasta lo imposible. Apoyado hasta por tres asistentes, generó el mayor de los pogos, espoleando al público a moverse como caballos desbocados.

Talbot, siempre al borde de las lágrimas y la extenuación, recuerda que ser punk es mojarse. No en discursos: en la calle, en el escenario, en la vida.
No hubo visuales, no hubo sutilezas: hubo gritos, puños cerrados y sudor empapando las consignas. «Que vuestras acciones no se detengan aquí ¡Alzad la voz, bastardos!» sentenció Talbot y abandonaron el escenario con un último solo ensordecedor.
«Unsilence Gaza» y la electrónica palestina
Todo ello ocurría en presencia de los DJ palestinos Shabjdeed & Al Nather que ofrecerían un set de poderosas mezclas de trap y electro house arábigo la noche siguiente, mostrando la extensión e innegable cultura musical del pueblo palestino con todo tipo de samples instrumentales de lo tradicional a lo revolucionario.
Asimismo, el ingeniero de sonido palestino Oussama Rima instaló su proyecto Unsilence Gaza en la entrada del festival. Un túnel de 15 metros, en forma de caja negra gigante donde resonaban en bucle grabaciones reales de los bombardeos que sacuden a diario la Franja de Gaza. Este experimento sonoro, brutal y directo, no buscaba conmover sino poner al público (aunque fuera por segundos) en los oídos de quienes viven bajo el estruendo constante de la violencia. Una intervención incómoda e inmersiva para enfrentar, sin filtros ni metáforas, el peso sonoro de algo que jamás debió haber ocurrido.
Tras ello el tercer día, generando el último gran retumbo músico activo, aterrizó Fontaines D.C.
Fontaines D.C en contexto, post-punk lírico
Fontaines D.C. vienen de una Irlanda post‑boom económico, en donde el punk es poesía triste y las guitarras sollozan más que gritan. Formados en 2017 por cinco estudiantes de literatura con mucha resaca existencial. Grian Chatten (voz principal, mirada de fantasma), Carlos O’Connell (guitarra melódica criada en Madrid), Conor Curley (guitarra áspera), Conor Deegan III (bajo) y Tom Coll (batería).

Su debut Dogrel (2019) fue una colección de odas urbanas con riffs que parecían sacados de la calle de Trainspotting con letras comprometidas en lo social y plagadas de referencias a cánones de la literatura universal. Desde entonces, álbum a álbum, han firmado una de las carreras más coherentes y emocionantes del post-punk reciente.
A Hero’s Death los mostró introspectivos, Skinty Fia los enraizó en su identidad irlandesa entre fantasmas coloniales, y Romance (2024) —el último hasta la fecha— los lanzó hacia un sonido más etéreo, casi dream pop, sin renunciar al peso lírico. No se engañen estos punks con acento de Joyce saben dar guerra cuando toca.
En el Primavera, activismo y contundencia sonora
El sábado 7 de junio, subieron al escenario en una nube de niebla emocional. Grian Chatten no sonríe, apenas mira al público. Pero cuando empieza “I Love You”, todos sabemos que algo está por venir. Banderas palestinas e irlandesas ondeando juntas. No hubo gritos, pero el silencio antes del estruendo fue aún más brutal.

Chatten dedicó el tema a “la lucha de los pueblos ocupados”, sin teatralidad. Solo verdad. Porque Fontaines D.C. no son panfleto: son poesía activista, y su forma de implicarse es tan firme como sobria. Ya lo habían dejado claro en sus colaboraciones con los raperos políticos Kneecap y en sus declaraciones pro-Palestina durante entregas de premios anteriores y convocatorias de prensa.

Musicalmente, ofrecieron un set impecable. «Starburster«, «Roman Holiday«, «Televised Mind«. Cada tema una espiral, un descenso. El público, atrapado en una hipnosis colectiva, respondió con ovaciones que no parecían de festival, sino de asamblea emocional. Entonces llegó «Boys In the Better Land» con los estribillos más icónicos de la banda. El cierre fue una apoteosis poético‑distorsionada, donde los últimos acordes quedaron flotando en el aire y parecieron prolongarse en el murmullo satisfecho de la multitud, que veía como se agotaban los últimos rayos del atardecer frente al mar.
Dos bandas, un mismo grito
El punk musical de hoy no se agota en la estética de las chaquetas de cuero, las crestas o los acordes rápidos. Es, ante todo, posicionamiento, inconformismo y rebeldía. Idles y Fontaines D.C., cada uno a su manera, lo dejaron claro:
Idles, la furia física de la clase obrera británica, canalizando una masculinidad en proceso de sanación; Fontaines D.C., el susurro poético irlandés que perfora como un taladro, envuelto en reverb y memoria histórica.
Ambos alzaron la voz por Palestina sin postureos ni neutralidades cómodas, en un contexto donde cada palabra, cada gesto, pesa. Y lo hicieron por encima del ruido, por encima del algoritmo, por encima de la masa informe de un macrofestival que muchas veces prefiere la evasión al compromiso.