La proyección tenía lugar un jueves ordinario de febrero en los Cines Zumzeig, en el contexto de La Inesperada, festival de cine independiente focalizado en la no ficción. Para mí el jueves es de los días menos amables: es el cuarto, ya estoy algo cansada de las vicisitudes de la semana, he de comer de táper (arroz de un minuto con lata de atún de cinco segundos de apertura) y volver a clase en pleno proceso digestivo. Mientras las horas lectivas transcurrían, pesadas, yo pensaba en mi cita cinéfila, confiando en que la sesión me levantase el ánimo. Los cortos de Blanca Camell hicieron más que eso: me inspiraron y me dieron mucha esperanza. Pero no nos adelantemos.
«Viatges, amors i records»
Lo único que sabía sobre Camell era que había estudiado lo mismo que yo en mi misma universidad. La cineasta no había realizado ningún largometraje aún, sino que se había dedicado a explorar “viajes, amores y recuerdos” en duraciones breves, sin superar los 15 minutos. Ese pequeño avance ya me resultaba atractivo. En estos meses de crisis creativa y ¿profesional? antes de terminar la carrera, ver el camino que otros han conseguido labrarse es alentador.
Después de ver Ídols (2016), Tombent les heures (2018), Pol·len (2019), Castells (2022) y Renacuajos (2023), tuve la sensación de conocer a Blanca mucho mejor. O, al menos, de haber tenido la bonita oportunidad de asomarme, como ella misma las llamó, a sus “obsesiones”. Paseos sin rumbo, autobuses que se dejan ir, encuentros fortuitos, mensajes de voz y tabernas de barrio. Personajes femeninos (Helena, Anna, Lara) que podrían haber salido de un cuento de Rohmer. Pero ellas son más dadas a socializar, beber una cerveza y bailotear al ritmo de una canción popular que a esperar sentadas a un hombre.
Un coqueteo con la ‘no ficción’
El resultado de cada pequeña película flirtea con el género documental, a veces de forma más directa, otras camuflado con un fino hilo narrativo. En Renacuajos, la más reciente, Camell se quita cualquier máscara de personaje ficticio y reflexiona en primera persona sobre filmar a su hijo y su presente, tomando un camino más ensayístico. La directora es consciente de la enorme responsabilidad que pesa sobre su inquisitiva Super 8: seleccionar los momentos que formarán parte del álbum de una infancia. Allí donde los recuerdos del pequeño flaqueen, solo quedarán las imágenes. Planos que privilegian ciertas anécdotas y, por fuerza, ignoran otras; encuadres que, limitados por cuatro bordes, susurran: “aquí, mira aquí, fíjate en esto, esto es lo importante”. Renacuajos es el relato de una madre sobre las vacaciones con su hijo, una pieza que además de valor artístico tiene un inmenso valor personal y familiar.
En cortometrajes anteriores, la voz de Camell se diluye en otras voces femeninas que, sin embargo, no acaban de ser alter egos. “No reivindico el término ‘autobiografía’ como etiqueta para mi trabajo”, aclaraba la cineasta. Sí, por supuesto que los temas recurrentes que indaga su cine tienen un vínculo personal con ella, pero también con sus amigas y las conversaciones que han mantenido sobre sus experiencias. Salvo en el caso de Carla Linares, protagonista de Castells, los demás roles femeninos han sido encarnados por personas que no son actrices profesionales. A la directora le interesa capturar estados de ánimo más que sucesiones de acontecimientos, y para ello elige a mujeres de su entorno que cree que pueden encarnarlos.
Un espacio para la fantasía
¿Por qué no pueden las películas permitirse fantasear? ¿Y cuánto de fantasía hay realmente en ese pequeño universo propio? ¿No es posible que, a veces, la vida sea así de mágica?
Aunque la espontaneidad de los diálogos (que surgen de improvisaciones en los ensayos), la fascinación por los tiempos muertos y las pequeñas derivas hacia cuestiones sociales de actualidad (la gentrificación en un barrio de Barcelona, la importante presencia de la cultura argelina en las afueras de París) consiguen un potente efecto de realismo, a Camell no le interesa solo aquello que sucede de verdad. En su cine hay espacio para “los deseos, las ilusiones y los sueños que trascienden una vida”. Así, la autora demuestra que es posible tener los pies en el suelo y, al mismo tiempo, la cabeza en las nubes. ¿Por qué no pueden las películas permitirse fantasear? ¿Y cuánto de fantasía hay realmente en ese pequeño universo propio? ¿No es posible que, a veces, la vida sea así de mágica?
¿Un futuro largometraje?
Cuando se le plantea la cuestión de atreverse a rodar un largo, la cineasta explica que se encuentra en ese proceso, aunque le está resultando complicado. Una duración más larga parece exigir una estructura más “clásica” que conduzca al espectador a través de un determinado recorrido narrativo. A este respecto, el hecho de que Camell haya dedicado años de su carrera a contar pequeños relatos, sin prisa por saltar a los 90 minutos que muchos cineastas debutantes ansían alcanzar con urgencia, ya es un acto de libertad en sí mismo. No obstante, tal vez no sea necesario renunciar al deambular de un personaje sin un propósito claro o uno muy desdibujado. Kiarostami, Antonioni, Suleiman o Akerman lo reivindicaron cada uno a su modo particular. Quedamos, pues, a la espera del próximo proyecto de la directora, con muchas ganas de seguir una trayectoria que se prevé original y estimulante.