En 2013 la cineasta Chantal Akerman volaba desde Nueva York a Bruselas para cuidar a su madre. Los últimos días de su progenitora se convertían en un punto de partida para escribir sobre cuidados, amor maternal y reexaminar así la relación entre ambas. En My mother laughs Akerman explora con dureza su condición de hija. ¿Qué significa la muerte de la madre para una hija de sesenta años queer y sin hijos? ¿Desde la condición de hija se puede producir algo parecido a la maternidad sin que una misma se convierta en madre? ¿Puede algo distinto a la maternidad liberar la condición de hija? ¿Qué significa ser hija para siempre?
Esta última pregunta, también se la planteó Celia Rico en tanto que Los pequeños amores surge como una nueva oportunidad para tratar de responder a las preguntas que quedaron en el aire en su anterior largometraje. Si en Viaje al cuarto de una madre era la madre quién cuidaba a la hija, en Los pequeños amores hay un intercambio de roles al ser la hija —una María Vázquez muy minimalista— la que debe cuidar a la madre, interpretada por Adriana Ozores.
En la cinta, estrenada en el Festival de Málaga, Teresa cancela sus planes de vacaciones para quedarse en casa de su madre, que ha sufrido un accidente menor. La estancia de Teresa en su pueblo natal hará que se replantee las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida mientras se redescubre a través de su expectativas y las de su madre bajo el contexto de esta convivencia pseudoforzada. Rico logra capturar con delicadeza y acierto la esencia de lo mundano en una película costumbrista llena de pequeños detalles. Los pequeños amores plantea nuevas interrogantes sobre cómo nos vinculamos. Rico, al igual que Akerman, ante la posibilidad de la no maternidad también se pregunta, ¿qué significa ser hija para siempre?
‘Los pequeños amores’ continúa esa misma exploración del universo de la madre y el universo de la hija, aproximándose desde otra perspectiva. La cineasta aborda los vínculos y los cuidados desde la cotidianidad, desde el día a día: «esta película es una manera de continuar un diálogo con mis amigas; con las que son madres, con las que no lo son ahora y con las que nunca lo serán». A partir de las conversaciones y anécdotas surgidas tras el estreno de su película anterior, Rico ha sabido encauzar sus obsesiones para dar forma a una obra centrada en la exploración de la figura de la madre y los enigmas que rodean los vínculos emocionales asociados a ella.
La película trata también otros temas, como las ilusiones perdidas de una generación millennial aún desorientada. Para la actriz María Vázquez, el personaje de Teresa piensa más en las cosas que aún no le han pasado que en las cosas que le pasan realmente. Después de 42 años, Teresa reflexiona sobre las decisiones que ha tomado hasta ahora, considerando tanto sus expectativas iniciales como las que su madre había depositado en ella. ¿Cuánto tiempo dedicamos a proyectar nuestras vidas basadas en narrativas preconcebidas, desconectadas de nuestra realidad auténtica y a menudo enraizadas en clichés?
En Los pequeños amores la representación de la ficción se manifiesta de manera sutil a través de una presencia constante. Se explora la naturaleza de la ficción a través de libros, poemas de Dickinson, canciones, un cine de verano o con la mera existencia del personaje de Aimar Vega, cuya mayor aspiración es ser actor. La trama se desarrolla así en torno a las ilusiones perdidas y las expectativas por cumplir.
Una línea de humor muy fino permite a Rico adentrarse en temas espinosos y visibilizar que la soledad en la vejez puede tener un lado positivo e incluso puede ser deseada. La película reivindica la soledad por medio de una Ani autosuficiente y obstinada interpretada magistralmente por Ozores, desmitificando a su vez que la felicidad de una mujer no está necesariamente ligada al hecho de envejecer al lado de una pareja o ser madre.
Para Rico la exploración del vínculo entre madres e hijas no ha sido lo suficientemente abordada desde el lugar de la hija, ni cuenta con una representación notable en las pantallas ni en los libros. Quizás por eso lecturas como My mother laughs de Akerman o la reciente Las hijas horribles de Blanca Lallana son raras avis necesarias para una generación de madres e hijas marcada por el silencio y la incomprensión. Por tanto cabe seguir poniendo sobre la mesa y analizando este vínculo marcado por las exigencias, la culpa y las expectativas incumplidas.