
“Mira que vivió, que no es principiante” es la letra de uno de los últimos sencillos de la mayor cantante pop chilena de la actualidad, y uno de los nombres más grandes de toda Latinoamérica. “Ella tiene la palabra; tiene el don, el arte.” sigue la canción 40 y MM, la novena de su álbum Autopoiética, lanzado el pasado noviembre. Estas dos líneas resumen a la perfección lo que representa Mon Laferte a estas alturas de su carrera, que ya se extiende por más de la mitad de su vida.
Representan también la elegancia de su performance el pasado 25 de julio en la 1 del Razzmatazz. Pena que haya dejado justo esta canción fuera de su repertorio; una pequeña decepción para las que, como yo, esperaban un Autopoiética Tour más que un compilado de sus mayores éxitos. No por ello dejé de aprovechar la oportunidad de hacer un poco de catarsis cantando Mi buen amor o, por supuesto, Tu falta de querer a pleno pulmón, como deben cantarse los temas de la Mon. Pero, para quien se había preparado para una jornada de autocelebración, sensualidad y empoderamiento -de eso trata este álbum- me tocó más bien aceptar que sería una noche de llorar y dramatizar absolutamente todos mis traumas amorosos. El personaje escénico de Mon está muy bien delineado: desde su atuendo -un vestido rayado en blanco y negro, casi circense- hasta sus bailarines -eróticos y performáticos al paroxismo-, todo te sumerge en una atmósfera teatral donde ni una mirada, ni un gesto, ni una risa, son casuales.
Mon Laferte en Barcelona
Autopoiética fue mi compañera de carretera a principios de mi jornada de mochilera durante seis meses por Latinoamérica. Cuando pasé por Chile, iba proclamando mi obsesión con el último trabajo de la que para mí era la cantante contemporánea más importante del país. Desafortunadamente no encontré a nadie con quién compartir mi fanatismo -estoy segura de que en México, donde la artista realmente consolidó su carrera, mi suerte habría sido diferente.
La carrera de toda mujer artista (al menos de las que se proponen ser revolucionarias) es antes sobre ser mujer que sobre ser artista.
Pero sé que la complejidad de la carrera de Mon Laferte trasciende la esfera musical. Y es que la carrera de toda mujer artista (al menos de las que se proponen ser revolucionarias) es antes sobre ser mujer que sobre ser artista. Es sobre representación, y Mon representa justo una combinación fatal: la de nosotras, las chicas románticas e irreverentes a igual medida. Y así como nos puso a llorar cantando los mayores clichés escritos sobre el amor después de la gran Chavela Vargas (en quien, por cierto, se inspiró para su pasado álbum SEIS), también nos resarció un poco al poner a pasear en cuatro patas a un hombre a quien previamente había amarrado mientras cantaba una versión acapella de La vie en rose.
Este jueves 1 de agosto se estrena en Netflix su documental autobiográfico Mon Laferte, te amo. Trata fundamentalmente de un recorrido por su trayectoria desde sus orígenes hasta su reciente maternidad y los cambios que supuso en su proceso creativo. En ese sentido, Autopoiética es el producto de toda la historia de la artista y a la vez algo completamente nuevo. En sus catorce canciones Mon nos habla de esa Metamorfosis, nos avisa que ya no va a estar sad pese a todos los ataques contra su libertad, su edad, su sexualidad. Pero también nos confiesa que aún es una rehén del amor; que no se extinguió la Mon de la boca roja y las flores en el pelo. Que, además de autopoiética, hegemónica, autónoma e ibuprofénica, sigue siendo nuestra musa triste. Nuestra casta diva.