La gestora cultural Marián López afirmó que los museos lo que hacen es reproducir desigualdad. Aunque poco a poco las perspectivas de género y los discursos de diversidad cultural van permeando en las entidades e instituciones públicas, los nuevos espacios culturales, ya sean comunitarios, educativos o virtuales, también son clave ya que propician el conocimiento mutuo y facilitan el trabajo cooperativo. A medida que avanza el tiempo se configuran nuevos públicos que siempre habían estado ahí, pero ahora gracias a la diversidad que promulgan movimientos como la cuarta ola feminista podemos aprender a mirar los espacios culturales desde nuevas perspectivas. Pero también en otros ámbitos de la sociedad hemos visto reflejado este cambio de la narrativa. Al igual que se creía que las mujeres sólo podían ser musas y no creadoras, en el año 2021 un famoso cómico español —incapaz de ver más allá de su propio privilegio— declaraba que el hecho de que hubiese menos mujeres cómicas era una cuestión de talento y no de sexo. Meses más tarde, las cómicas arrasaban en los premios Ondas aupadas por públicos que nunca se habían visto representados en el humor.
Desde luego, no es ningún secreto que a lo largo de la historia los hombres blancos y heterosexuales han ocupado los lugares más importantes como creadores artísticos, como críticos y como gestores culturales, reproduciendo una y otra vez la misma narrativa.
Un ejecutivo de mediana edad conduce una tensa reunión directiva con una gestora de la National Gallery. Ella —que parece hablar con un niño enfadado, trata de exponer su idea sin entrar en conflicto— lo interpela con tiento y explica con calma que las actuales exposiciones del museo no responden a las necesidades de la población y que deben invertir más recursos en hacerlas amigables y comunicarlas correctamente a un público —menos elitista y formado por otros colectivos— para cumplir así con la dimensión social de la institución. Ante la insistencia de la gestora museística, el directivo apela que ese cambio puede afectar al estatus de la institución y se cierra en banda. Esta es una escena del documental de Frederick Wiseman sobre la National Gallery londinense donde —probablemente, sin querer y no especialmente desde una perspectiva de género— el director retrata esta institución a través de la mirada de las mujeres. Como anécdota curiosa, en otro de sus documentales sobre la Biblioteca Pública de Nueva York, asistimos a una reunión exactamente igual donde varias mujeres discuten con otro alto ejecutivo que se niega a priorizar sobre otras cuestiones el mantenimiento de espacios y programas educativos para los más vulnerables: niños, ancianos y personas en riesgo de exclusión.
Robert R. Janes y Richard Sandell puntualizan que los espacios culturales, e incluso las instituciones no gubernamentales, están lideradas por hombres blancos, que forman mayorías en las juntas directivas y en los consejos ejecutivos, en ocasiones imposibilitando nuevas políticas feministas y poniendo freno a la inclusión y a la equidad debido a sus privilegios y sesgos cognitivos.
Estas escenas retratan a la perfección la reinterpretación de la idea del privilegio epistémico de Sandra Harding; las mujeres al moverse en los márgenes a lo largo de toda la historia cuentan con un conocimiento privilegiado sobre la realidad que desde el centro de poder se ignora. Por eso, las gestoras de ambas instituciones —aunque es probable que también estén condicionadas por sesgos de clase, capacitistas, etc.— son capaces de diferenciar los elementos de exclusión mucho antes que sus compañeros. En ambos casos son las mujeres las que aportan una mirada mucho más amplia, quizás porque su propia exclusión las ha vuelto mucho más conscientes de la exclusión en general.
Siguiendo con las ideas de Marián López, al entrar la mujer en el espacio patriarcal, en un espacio que le ha sido prohibido, está más acostumbrada a no saber si está incluida o excluida en los espacios culturales y, por lo tanto, es capaz de no sólo abrir hueco para otras mujeres, si no también para la democracia y para otros colectivos excluidos.
Concebir los espacios culturales como mediadores, aunque la perspectiva de género sea ignorada en la creación artística es una de las visiones que mejor nos permiten replantear la concepción del museo como educador.
El futuro está en cambiar la mirada y fomentar la representación de mujeres en los espacios culturales sin que estas reproduzcan los metarrelatos dominantes y propios de la academia para tener cabida en la misma. Es decir, que puedan abrir las puertas y visibilizar nuevas narrativas que sin duda serán acogidas por nuevos públicos como en el caso que comentábamos sobre las cómicas españolas y, paralelamente, poder realizar una relectura del pasado. También creo que es importante diferenciar accesibilidad de inclusión, ya que hacer los espacios “accesibles” pueden suponer una nueva forma de discriminación, por ejemplo, con la creación de etiquetas como “artistas femeninas” como si el arte hecho por mujeres fuese otra forma de arte, que no tiene lugar dentro del arte en general. Asimismo, es clave evitar clichés como las narrativas que han rodeado a figuras como Ana Mendieta, Lydia Davis o Sylvia Plath, que aún son recordadas a través de sus relaciones con Carl André, Paul Auster o Ted Hughes, en lugar de ser celebradas por sí mismas. Además de mujeres gestoras, artistas y espacios donde se representen a las mujeres con dignidad, es necesaria una visión feminista dentro de estos espacios culturales y acciones al margen de los mismos.