La tarde del 7 de junio de 2025, la Sala Apolo de Barcelona emergió como el escenario íntimo de una de las experiencias musicales más conmovedoras del ciclo Primavera a la Ciutat. Un acto íntimo de resistencia cultural y belleza sonora a cargo de Salif Keita, “la voz de oro de África”, quien a sus 75 años sigue desplegando una fuerza vital que trasciende generaciones.

Su presencia, tan serena como imponente, recordaba que su historia es inseparable de su música.: nació en 1949 en Mali, heredero directo de Sundiata Keita, fundador del antiguo Imperio Mandinga. No obstante, su linaje noble fue opacado desde el inicio por el estigma de su piel: albino en una cultura que lo consideraba símbolo de maldición, fue rechazado por su propia familia. Aquejado por la ceguera y obligado a vivir en la clandestinidad, no pudo proseguir sus estudios y abandonó su villa natal al cumplir la mayoría de edad, escapando a la censura de su padre.
Dicha censura, sin embargo, no explotó en silencio, sino en canto liberador. Contra toda tradición, eligió la música, profesión reservada a los griots (la casta de los poetas y narradores de Mali), no a la nobleza, y encontró en la música un hogar. Primero en las cantinas de Bamako, luego con la legendaria Super Rail Band, y más tarde en Les Ambassadeurs Internationaux, con quienes marcó el sonido de una África poscolonial que buscaba su lugar en el mundo.
Aunque incapaz de mantener su proyecto musical con la inestabilidad política en Mali, se instaló en París en 1984, donde desplegó su capacidad para fundir los sonidos tradicionales de África Occidental con géneros como el jazz, el funk y el pop. Fue allí donde en 1987 lanzó Soro, un álbum revolucionario que lo posicionó como uno de los primeros grandes nombres del afro-pop global.
Pero Keita no se detuvo ahí. Su carrera ha estado constantemente marcada por la evolución artística y el compromiso social. En trabajos como La Différence (2009), abrazó abiertamente su lucha como persona albina en África, convirtiendo su historia en un manifiesto musical por la inclusión.
Con su regreso a Mali a principios de los 2000, optó por un sonido más puro y acústico, destacando la riqueza melódica de los instrumentos tradicionales mandingas. Esta tendencia culminó en su disco más reciente, So Kono (2024), que marca una vuelta al minimalismo sonoro, centrado casi exclusivamente en su voz y en una instrumentación orgánica.
El concierto en la Sala Apolo fue una síntesis magistral de toda esa trayectoria. Acompañado por un conjunto de músicos que tocaron arreglos contemporáneos con una serie de instrumentos tradicionales, Salif Keita interpretó una selección de canciones que atravesaron todas las etapas de su vida. Desde “Mandjou”, una de sus composiciones más emblemáticas con Les Ambassadeurs, hasta “Sina”, joya melancólica de su época parisina, cada tema se convirtió en una pieza de memoria viva.
También resonaron canciones de su última producción, como las de So Kono, en los que su voz —más desnuda que nunca— se apoyó en los timbres profundos de la kora y el ngoni, instrumentos tradicionales que construyeron paisajes sonoros de una intensidad espiritual inusual.

Uno de los momentos más conmovedores fue, sin duda, la interpretación de “La Différence”, convertida en un verdadero himno personal. En ella, Keita hace algo más que cantar: se confiesa, denuncia y abraza. El silencio reverente del público durante esa pieza dijo más que cualquier aplauso.
Otros temas como “Moffou”, con su atmósfera contemplativa, o “Nantènè”, con su melancolía luminosa, dieron forma a un repertorio cuidadosamente pensado, que funcionó como autobiografía emocional y musical.
No hubo artificios ni teatralidad. La puesta en escena fue sobria, casi austera, pero no hizo falta más: bastó con la presencia de Keita, con su voz voz áspera, cálida, irrepetible para llenar cada rincón del recinto.
A diferencia del bullicio de los grandes escenarios del Parc del Fòrum, el formato de Apolo permitió una cercanía insólita. Keita estaba allí, a pocos metros, no como una leyenda lejana, sino como un testigo viviente, como un hombre que ha atravesado el exilio, el rechazo, el racismo y la enfermedad, y ha decidido devolver todo eso convertido en música.
Su paso por Apolo fue un acto de celebración de vida, el testimonio luminoso de alguien que transformó la exclusión en arte y memoria. Una afirmación rotunda (como reza su canción) de que la diferencia es, y seguirá siendo, su mayor fortaleza.