El pasado pasado 27 y 28 de noviembre, el Molino de Barcelona acogía las jornadas IA & Música organizadas por el Barcelona Music. En ellas, se exploraron los desafíos y oportunidades que brinda la IA al sector musical y cultural en general, enfocándose en el marco regulatorio. No es un secreto para nadie, la inteligencia artificial está redefiniendo nuestra relación con la creatividad, ¿pero a qué precio? inteligencia artificial arte
Figuras como José María Lassalle, exsecretario de Estado para la Sociedad de la Información, abrió las jornadas con un tono juzgado por muchos como “catastrofista”, planteando aspectos seriamente preocupantes, como el “riesgo de cancelación de la cultura humana”. Su advertencia resuena con fuerza: nos arriesgamos a perder en un campo que hasta ahora ha sido nuestro, el de la creatividad.
En su planteamiento inicial, Lassalle nos dio que pensar también sobre efectos “colaterales” que quizás no estamos contemplando, o de los cuales nos estamos alegrando precipitadamente, como es solucionar el reto del “papel en blanco”. Esta experiencia puramente humana de sentarse a escribir un artículo y no saber por dónde empezar (claramente aplicable a lo que estáis leyendo ahora), tener que crear una pieza musical desde cero… una fragilidad que hasta ahora pensábamos necesaria e inherente al propio proceso creativo.
Sin embargo, esta aparente solución al reto del ‘papel en blanco’ puede arrastrarnos hacia una estandarización cultural, donde la singularidad de nuestras expresiones creativas corre el riesgo de perderse en la uniformidad impuesta por los algoritmos.
¿Cuáles son los riesgos de la estandarización cultural?
Estamos notando que los algoritmos de Inteligencia Artificial tienden a priorizar lo mainstream, dejando de lado las voces minoritarias o históricamente no dominantes; aspecto que lamentó Yvan Boudillet, cofundador de Music Tech Europe en su intervención, a pesar de su mirada más positiva hacia el futuro de la IA en el sector.
Pero el riesgo de esta estandarización masiva no solo amenaza la autenticidad de la creación humana, sino que desplaza el valor cultural hacia un modelo de negocio que busca maximizar beneficios a expensas de la originalidad. La producción artística podría convertirse en un proceso repetitivo y desprovisto de la chispa humana, donde el efecto sorpresa se desdibuja y la diversidad cultural se ve comprometida.
Como DJ y activista cultural, me preocupa cómo estos cambios impactan la música que amamos y promovemos. Aunque el paisaje musica y cultural en general ya afrontaba esta amenaza de convertirse en un producto cada vez más homogéneo, parece que la situación podría empeorar, si la dejamos a la merced de algoritmos que priorizan la repetición y la previsibilidad. Cada vez más, la música se convierte en un simple “contenido” a ser consumido, despojando a los artistas de la oportunidad de ofrecer experiencias auténticas y únicas.
La pregunta que me hago es: ¿puede una máquina realmente captar el matiz emocional y la complejidad que caracterizan al arte humano? Quiero pensar que no, pero ya no estoy tan segura. La esencia de la creatividad se nutre de experiencias vividas, emociones humanas y contextos culturales específicos que las máquinas supuestamente no pueden replicar. Sin embargo, vemos que hay un claro margen para seguir “entrenando” a la IA con nuestras experiencias humanas. Por ello, es imperativo considerar la necesidad de un marco regulador que no solo contemple el uso de la IA,, sino que fomente y proteja la autenticidad creativa. La idea de un «derecho cultural» se erige como un concepto crucial para preservar lo que nos hace humanos en este paisaje digital.
El futuro incierto de la creación…
La conversación sobre la IA y la creatividad también debe abordar el dilema de quién controla la producción cultural. Abel Martín Villarejo, abogado y defensor de los derechos humanos, puso sobre la mesa un matiz interesante, proponiendo que la protección debe centrarse en el artista y no solo en la obra, un desafío para la perspectiva actual que tenemos de los derechos de autor, que según varios participantes, queda obsoleto. inteligencia artificial arte
¿Cómo acreditar el resultado de un proceso creativo dónde usamos herramientas de IA? ¿Cúal es el límite a partir del cual el producto ya no se puede considerar como creación “humana”? ¿Si uso chatgpt en mi proceso de preparación de un DJ set, significa que “hizo el trabajo por mí” ? Mientras todas estas preguntas se acumulan, todavía buscamos las respuestas.
En esta discusión, comunidad artística y cultural, han de ser una parte fundamental, para alcanzar ese equilibrio necesario, entre enriquecer nuestros procesos creativos sin abandonarlos o someterlos a los algoritmos.
¿Existe un equilibrio entre regulación e innovación?
Creo que estamos de acuerdo sobre el hecho de que no se trata de frenar la innovación que nos está aportando la Inteligencia Artificial sino de garantizar que se desarrolle de manera justa y transparente.
Por ello, Teresa Rodríguez de las Heras, Catedrática de Derecho Mercantil de la UC3M y miembro del Grupo de Expertos de la Comisión Europea sobre Responsabilidad y Tecnología (IA, Robótica, IoT), mencionó la importancia de un marco regulatorio europeo que, “en lugar de ser prohibitivo, busca equilibrar promesas y riesgos”.
La dicha Ley de IA (Reglamento (UE) 2024/1689), anunciada el pasado verano, se presentó como un compromiso de las instituciones europeas para garantizar que la inteligencia artificial funcione de manera ética y responsable. Su particularidad radica en la clasificación de las aplicaciones de IA según su nivel de riesgo, con el objetivo de evitar que la tecnología se convierta en una herramienta que perpetúe la desigualdad. Sin embargo, este enfoque, aplicado a los sectores creativos, podría alimentar la estandarización cultural que hemos mencionado anteriormente, donde la creatividad y la innovación se ven relegadas en favor de un cumplimiento normativo que prioriza la seguridad por encima de la expresión artística.
En esta conversación, Míriam Verde, Asesora del Gabinete de la Subsecretaria del Ministerio de Cultura mencionó tres pilares fundamentales que abordar como prioridad: autorización, remuneración justa y transparencia para crear puentes entre la innovación tecnológica y la sostenibilidad del ecosistema cultural.
Pero quizás la propuesta más interesante viene de Fernando Vilariño: crear sandboxes regulatorios y living labs donde experimentar nuevas formas de gobernanza. La creación de estos espacios es una oportunidad para que la comunidad se involucre en el proceso regulador, asegurando que sus voces sean escuchadas y que la cultura no se convierta en un mero bien de consumo.
La necesidad del «Linux» de la Inteligencia Artificial
Un aspecto que parecía poner de acuerdo a diversos actores era la necesidad de crear un tipo de «Linux de la IA». Es decir, una plataforma pública que democratice el acceso y fomente la colaboración, para asegurarnos que lejos de los objetivos puramente capitalistas, la IA pueda complementar, en lugar de sustituir, la creatividad humana.
Debemos recordar que el arte no es solo un producto, sino un proceso que refleja la riqueza de la experiencia humana. La creatividad, especialmente en el contexto de la música, debe seguir siendo nuestra voz más auténtica. Es tiempo de reivindicar nuestro lugar en un futuro donde la IA no anule nuestra esencia, sino que la complemente y la eleve.
En palabras de Lassalle: «La IA no puede ser el fin de la historia; debe ser el principio de una narrativa más rica, inclusiva y profundamente humana». El desafío está en nuestras manos: construir un futuro donde las máquinas sean nuestras aliadas, no nuestras reemplazantes.