Desde su nacimiento, el cine ha sido un medio fundamental para visibilizar la identidad cultural, los fenómenos sociales e históricos de nuestra sociedad. Sin embargo, la historia del medio ha estado marcada por pérdidas irreparables y olvidos intencionados, donde fragmentos enteros de una memoria cultural han desaparecido. Se estima que un 90% del cine japonés y chino anterior a los años 40 se perdió en desastres naturales y conflictos bélicos, así como en el ámbito africano y árabe se cuentan decenas de incidentes devastadores, como la desaparición de archivos audiovisuales durante conflictos y periodos de inestabilidad política.
Uno de los ejemplos más flagrantes fue el saqueo y destrucción del Centro de Investigación Audiovisual Palestino en Beirut en 1982.
Desde mediados de los 60 hasta principios de los 80, en Beirut, se recopiló un acervo audiovisual fundamental que documentaba la vida palestina anterior y posterior a la Nakba. Un archivo que abarcaba películas, documentales, cortometrajes, fotografías y grabaciones caseras de todo tipo sobre eventos sociales, culturales y políticos. Aunque la mayoría de estas filmaciones fueron realizadas por palestinos para sus instituciones, también se incorporaron numerosos materiales de fuentes extranjeras como la UNRWA, cadenas de televisión y agencias de noticias internacionales.
Todo este contenido, de inestimable valor histórico y cultural, iluminaba la lucha anti-colonial y el proceso de autodeterminación palestino. No obstante, en 1982, durante la invasión israelí al Líbano, el ejército irrumpió en el centro de cinematografía de Beirut y confiscó estos archivos como botín de guerra. Aproximadamente 800 bobinas y carretes fueron sustraídos, y numerosas cintas fueron adulteradas para ser presentadas como material terrorista, con el objetivo de justificar posteriores incursiones violentas y represivas del ejército israelí.
En este contexto de expolio y manipulación, la labor del cineasta palestino Kamal Aljafari surge como un acto de rescate cultural revolucionario.
Durante años, Aljafari ha ido siguiendo los rastros del Centro de Investigación Palestino con la voluntad de recuperar y recomponer la memoria visual de su pueblo.
«A Fidai Film» es el resultado final: una película monumental que alterna el material de archivo recobrado con pasajes poéticos y alteraciones visuales, fusionando espacios y tiempos para remodelar las «heridas» de sus imágenes teñidas de rojo sangre.
La memoria histórica de «A Fidai Film»
«Fidai» (فدائي) es un término árabe que proviene de «فداء» (fidā’), que significa «sacrificio» o «redención». Se usa para describir a aquellos que están dispuestos a sacrificarse en la lucha por una causa. En este caso, sin embargo, el sacrificado no es una persona, es una película «A Fidai Film«. Los mártires son sus imágenes: rayadas, recortadas, pintadas y censuradas por el ejército israelí. Sacrificadas para dar voz al pueblo palestino más allá de su intención original, Aljafari las remodela con sobreimpresiones en rojo. Las cicatrices del celuloide no se esconden, se destacan.
En un acto de resistencia, el flujo de lo censurado se libera, aunque sea tomando nuevas formas. Algunos personajes que fueron detenidos o asesinados son silueteados en rojo. A otros se les tapa el rostro o se les reconstruye si fue emborronado, así las víctimas y los victimarios se configuran y se desfiguran por momentos. La memoria de la masacre tiñe igualmente los escenarios: sangran playas, mares y campos.

Estas intervenciones artísticas no solo resaltan la brutalidad documentada, sino que también actúan como una forma de censura inversa, borrando elementos impuestos por las fuerzas ocupantes. Desarmando la maquinaria de control, volviendo la imagen contra sí misma. Una suerte de estética fantasmagórica que acentúa los mecanismos del borrado cultural.
«Mi voluntad fue recuperar los fragmentos y señalar las grietas. Para hablar del presente, de nuestra condición como palestinos y de los mecanismos de deshumanización a los que se nos ha sometido repetidamente a lo largo de nuestra historia» -K.A

Toda la violencia y el sufrimiento experimentados se resignifican en un montaje que abarca más de medio siglo de historia. Presentado en una narrativa no lineal que alterna cronologías y yuxtapone imágenes para evidenciar el patrón cíclico de desposesiones y agresiones de los colonos. Contemplamos imágenes de 1930 durante el mandato británico de Palestina y saltamos adelante y atrás hasta los días previos al asalto israelí de 1982. Presenciamos como la quema de los hogares por parte de los soldados ingleses se repite décadas después por las fuerzas israelíes. Esta situación se presenta por medio de una denuncia explícita grabada por activistas y medios locales, pero vuelve a representarse al final de la cinta con mayor intensidad.
Aljafari compone una secuencia donde varias mujeres en el interior de sus hogares ven como las llamas les envuelven. Una escena estremecedora y admonitoria de un evento que está por ocurrir. El fuego no es real, es una adición sobre la imagen, pero el espectador ya ha visto las consecuencias del fuego anteriormente. Se establece así un diálogo en la frontera de la realidad y la representación que evoca los fantasmas de una violencia continua.

Lo mismo ocurre con los desplazamientos forzados y los campos de refugiados, uno observa impotente sabiendo que estas imágenes no pertenecen a la actualidad. Pero ya hemos visto esas imágenes más allá de la cinta: en el telediario, en las redes, cientos de veces. Los campos de refugiados de 1948, de 1972 no distan demasiado de los de 2025. Si la historia se repite ad nauseum, ¿Cómo romper el ciclo de violencia?
Buscando acabar con el bucle, la película anula el tiempo mediante un morphing visual en el que las imágenes se fusionan y se diluyen por completo. Varios fragmentos de crónicas documentales, que aluden a distintos momentos históricos pero comparten un mismo sentimiento, se unen por un mismo retoque visual. Todo queda engullido en un clímax abismal durante unos segundos, hasta que volvemos a la realidad con la mirada de unos niños.

«A Fidai Film», en su atrevida experimentación, es mucho más que una sucesión de violencias remontadas, es el espíritu incombustible de un pueblo que resiste y resurge entre las cenizas. Y aún, más allá del acto político, contiene un aura poético y profundamente humano.
A nivel sonoro, los versos del escritor palestino, Ghassan Kanafani, nos acompañan e iluminan durante todo el metraje. Narrados en los intertítulos por distintas voces, acentúan algunos pasajes que fueron saboteados para afirmar conductas terroristas. Muchos instantes recuperan así su humanidad perdida: el caminar por la orilla de un niño que juega con el fango, el rostro de un anciano apesadumbrado que esboza una leve sonrisa al oír a su mujer cantar. Hasta el duelo colectivo de unos padres que describen el sufrimiento por la pérdida de su bebé ante el vecindario, confieren la esperanza de una nueva vida.
Así, Kamal Aljafari compone una búsqueda de la identidad palestina, más allá del sufrimiento y la desgracia. Entrelaza cientos de materiales de distinto formato, origen y objetivo en un tapiz arrebatador que clama entre las ruinas una tonada de libertad.
La cinta termina y los créditos también están distorsionados con manchas rojas. Saltan rebobinados e ilegibles. Seguidamente, se reproduce una conversación textual, entre Aljafari y otra persona, sobre una misteriosa desaparición de un archivo audiovisual palestino. Encontrado y desvanecido como un milagro efímero, como toda la cinta. Condenada a desaparecer, pero de nuevo con vida.
«Pues bien parece que el acto más radical de nuestro pueblo sea seguir existiendo.»
