Lisa Batiashvili abre el especial de la Franz Schubert Filharmonia

Lisa Batiashvili inaugura el 20 aniversario de la Franz Schubert Filharmonia

LISA BATIASHVILI
© Martí Berenguer
Un concierto conmemorativo que combinó maestría interpretativa, homenaje y proyección de futuro.

Entre tradición y ruptura, la Franz Schubert Filharmonia celebró veinte años de vida con un concierto que, más que conmemorar, apuntó hacia lo que está por venir. En el Palau de la Música, la formación dirigida por Tomàs Grau eligió un repertorio de infalibles, dos Quintas, Mozart y Beethoven, para encender una velada que no rehuyó la emoción, ni el riesgo. La invitada: Lisa Batiashvili, violinista georgiana de élite y agitadora de talento joven, elevó el concierto de aniversario a la categoría de manifiesto artístico.

La primera parte del programa estuvo dedicada al Concierto para violín nº5 de Mozart, escrito en 1775 por un joven de apenas 19 años que, entre encargos cortesanos y fogonazos de genialidad precoz, dejaba ya claro que lo suyo no era complacer.

En manos de Lisa Batiashvili, la obra sonó como un organismo vivo más allá del clasicismo. Acompañada de su Guarneri de 1739, instrumento mítico con más historias entre sus vetas que muchas biografías enteras, la violinista georgiana desplegó una interpretación elegante y afilada, que equilibró con naturalidad el control técnico y la libertad expresiva. Ni siquiera las toses persistentes del público lograron quebrar su concentración. Cada fraseo, cada registro agudo perfectamente afinado, afirmaron su elegancia y justifican su lugar entre las mejores violinistas del mundo.

franz schubert lisa batiashvili
Lisa Batiashvili junto al director Tomàs Grau durante el concierto.

Uno de los momentos más memorables de la noche llegó con la cadenza del primer movimiento, un lapso en que la orquesta se silencia y deja paso a una exhibición libre de la solista. Batiashvili desplegó aquí todo su virtuosismo con la obra del joven compositor georgiano Tsotne Zedginidze, de solo quince años.

Lejos de la ortodoxia clásica, la cadenza transitó hacia un lenguaje contemporáneo, rozando lo atonal y emparentando con Bartók, en una evolución que sorprendió por su coherencia interna y la valentía de su propuesta. La apuesta de Batiashvili por esta nueva voz de su país, un protegido de su fundación para jóvenes talentos, no solo aportó frescura al programa, sino que también enfatizó su rol como impulsora del talento emergente en Georgia.

En un tono más recogido, acabó su intervención con un homenaje al recientemente fallecido Alfred Brendel, pianista legendario y colaborador cercano desde su formación temprana. Batiashvili dedicó en su memoria una conmovedora versión de la Méditation de Thaïs, que logró un momento de profunda emoción colectiva, sostenido por la intervención sutil de la orquesta y el arpa.

Lisa Batiashvili junto a la Franz Schubert Filharmonia.

La segunda parte del programa recayó sobre la imponente Sinfonía nº5 en do menor, op. 67 de Ludwig van Beethoven, una obra que, desde sus célebres cuatro notas iniciales (ese implacable «destino llamando a la puerta» según el propio Beethoven), exige de la orquesta y del director una compenetración absoluta, tanto en lo técnico como en lo expresivo. Tomàs Grau,  empuñando con fuerza la batuta, abordó el reto con un gesto claro y decidido. Optando por un tempo inicial contenido, quizás más reflexivo que impetuoso, que si bien restó algo de ímpetu al arranque, permitió construir gradualmente una versión sólida y musculosa de la obra.

Poco a poco, la orquesta fue entrando en calor, como si necesitara saborear los compases iniciales para desplegar, movimiento a movimiento, una energía cada vez más contagiosa. Las transiciones estuvieron cuidadosamente modeladas por Grau, que supo mantener la tensión narrativa sin caer en excesos.

En el segundo movimiento, el Andante con moto, fueron los violonchelos quienes capturaron el protagonismo con una sonoridad cálida y noble, tejiendo un diálogo sereno pero intenso con las maderas y las violas, en uno de los pasajes más líricos de toda la sinfonía. El resultado fue una atmósfera de introspección que contrastó de forma efectiva con la tensión dramática del primer tiempo.

tomas grau
Tomàs Grau dirigiendo a la Franz Schubert durante la segunda parte.

Grau manejó con soltura el enigmático tránsito hacia el último movimiento, ese puente sin interrupción que Beethoven ideó para que el oyente apenas tuviera tiempo de respirar antes de lanzarse a la celebración triunfal del Allegro final. Este último movimiento, con su carácter heroico y expansivo, se convirtió en un despliegue de entusiasmo colectivo. El clímax orquestal resonó en el Palau con una potencia casi física, arrancando del público una ovación espontánea que se prolongó con varios minutos de aplausos.

Como broche final y a modo de bis, Grau optó por repetir el primer movimiento, retomando aquellas célebres cuatro notas que ahora, tras el viaje emocional de la sinfonía completa, sonaron con un sentido aún más pleno.

Este concierto celebró dos décadas de excelencia musical y también funcionó como un homenaje sentido, una exhibición de juventud prometedora que reafirma el compromiso artístico de la Franz Schubert Filharmonia. El futuro de la formación se intuye tan firme como el aplauso que la despidió esa noche en el Palau.

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