Unos días atrás, al recibir el premio Spirit Film a Mejor Dirección, Baker reivindicaba y celebraba a los cineastas “independientes de por vida”, como él mismo. Es decir, aquellos que no entienden el cine independiente como “una tarjeta de visita para conseguir una serie o una gran producción”, sino que quieren libertad creativa para “contar historias personales […] con temáticas que un gran estudio no aprobaría jamás”.

Sean Baker: una carrera dedicada al cine indie
Basta con mirar su filmografía para entender a qué se refiere. Baker vuelve una y otra vez a sujetos que viven en los márgenes de la sociedad: un repartidor sin papeles en la temprana Take Out, trabajadoras sexuales trans en Tangerine, un actor porno retirado en Red Rocket. Ni los personajes ni los vívidos retratos naturalistas que hace Baker son habituales en Hollywood. De hecho, sus principales influencias son europeas. Se reconoce sobre todo el legado del realismo social británico: al estilo Ken Loach y Mike Leigh, Baker retrata a personajes atrapados en sus circunstancias materiales, en posiciones de clase que se convierten en una trampa sin escapatoria. Esta es de hecho la historia de Ani, la protagonista titular de Anora: una stripper que roza la vida de sus sueños al casarse con el hijo de un oligarca ruso, pero que se da de bruces con un mundo que no piensa dejarla escapar del lugar social que ocupa. Y es también la tragedia en el centro de The Florida Project. Esta película, distribuida por A24, dio a conocer a Baker al gran público con un retrato de la pobreza infantil a través de una niña que vive con su madre en un motel a las afueras de Disney World.

Empatizar con la imperfección
Pero, a diferencia de sus homólogos británicos, Baker renuncia al sentimentalismo o a la glorificación de sus personajes. Las protagonistas luchan con uñas y dientes por sacar su vida adelante, a menudo literalmente: pelean, insultan, mienten, amenazan, traicionan. Como público, nos ponen en la complicada e interesante tesitura de empatizar con gente imperfecta. Son producto de sus circunstancias, pero también responsables de sus actos. Y este delicado equilibrio funciona en gran parte porque está sostenido por el humor. Hay mucho de comedia en Sean Baker: son divertidos hasta la carcajada los diálogos mordaces de Tangerine, las continuas travesuras de los niños de The Florida Project, y el pseudo-slapstick de Anora. Y todas se reservan su gran impacto emocional para el final, dejándonos al borde de las lágrimas durante los créditos.
Como decíamos, estas historias tienen difícil encaje en el sistema de estudios de Estados Unidos. Pero además, como sucede siempre en el arte, la forma es el contenido, y el proceso de realización es parte integral del resultado final. Sean Baker es en muchos sentidos un director-autor, o quizá un hombre-orquesta: ayer recogió premios para Anora en calidad de guionista, montador, director y productor, roles que asume siempre en sus largometrajes. Pero también colabora estrechamente con un equipo técnico pequeño con muchos miembros recurrentes. Anora está hecha con cuarenta personas, que son de hecho multitud frente a las diez que firmaron su predecesora Red Rocket.

Una apuesta por el naturalismo
Trabajar con equipos de estas dimensiones tiene varias ventajas importantes. La primera es la agilidad y facilidad para desplazarse. Al estilo del neorrealismo italiano que también lo inspira, Baker rueda siempre en localizaciones naturales, a menudo sin permisos oficiales o sin cerrar el área que usan. Esto es en parte porque los presupuestos no alcanzan a cubrir el alquiler de los decorados; pero también es una apuesta por el mismo naturalismo que buscaban los italianos. Baker ha hablado de cómo las comunidades que retrata están también inextricablemente vinculadas a espacios concretos, formando casi micro-universos. Sin ir más lejos, la actriz Mikey Madison incluyó entre sus agradecimientos por el Oscar a Brighton Beach, el barrio de Nueva York en el que se desarrolla Anora.
La segunda gran ventaja de un equipo reducido es que permite un proceso creativo más flexible y compartido. Esto incluye el trabajo de improvisación y exploración con los actores, que es seña de identidad de Baker y que requiere de un ritmo de rodaje en el que quepa la prueba y el error. Y comprende así mismo el trabajo con consultoras de las comunidades retratadas. Por ejemplo, en Tangerine, las actrices protagonistas Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor contribuyeron con sus a dar forma a la trama y a los diálogos, además de aconsejar en la representación de trabajadoras sexuales trans. Anora contó con el asesoramiento de la ex-escort y escritora Andrea Werhun, así como de varias integrantes del reparto que también tienen experiencia como strippers. En otras palabras, la escala de estas películas facilita la integración de diversas voces en el proceso para navegar la delicada tarea de representar personajes marginales sin exotizarlos, romantizarlos o alienarlos.

El caso de Tangerine y la innovación en formatos
Este modo independiente de hacer cine se refleja incluso en el formato de las películas. Tangerine hizo historia como el primer largometraje rodado íntegramente en iPhones. Lo que podría parecer una elección efectista de la época contribuye al sentir caótico y pseudo-documentalista de la cinta. The Florida Project está rodada en 35mm, pero la escena final cambia a formato digital. Hay un claro motivo práctico: sin entrar en spoilers, es una escena “robada» sin permiso en una localización. Pero este cambio de formato se corresponde también con un cambio en el código de la película, de lo realista a lo imaginario.
En definitiva, películas como las de Sean Baker, como él decía en los premios Spirit Film, no se podrían hacer de otra manera. Anora apunta convertirse en un clásico contemporáneo, una película memorable de la década. Pero quizá el mejor legado que podría dejar es el de inyectar una nueva fuerza en el cine independiente. No hay que menospreciar el impacto que puede tener el triunfo inesperado de una película pequeña: por ejemplo, Sexo, mentiras y cintas de vídeo, de Steven Soderbergh puso el festival de Sundance en el mapa y abrió la puerta a las películas de bajo presupuesto en el circuito de premios. Cuál será el alcance del triunfo de Baker, solo el tiempo lo dirá. Pero suena alto el grito con el que Baker cerró la gala de los Oscar: ¡larga vida al cine independiente!