Hopper: An American love story ha sido uno de los documentales sobre arte acogidos en el seno del festival DART de Barcelona, celebrado de forma presencial entre el 29 de noviembre y el 5 de diciembre en los cines Girona y Phenomena, en el Disseny Hub y en The Social Hub Poblenou. Algunas de las películas proyectadas se podrán recuperar online en Filmin hasta el 31 de diciembre. Con motivo del estreno de la película en España, reflexionamos acerca de la obra de Edward Hopper y el diálogo que ésta establece con la contemporaneidad. hopper pintor
Hopper, un genio solitario
El documentalista estadounidense Phil Grabsky firma esta película junto a la productora de la que es fundador, Seventh Art Productions. En ella se emprende un recorrido por las obras de Edward Hopper, desde los primeros trabajos de juventud hasta la madurez, con pinceladas (nunca mejor dicho) de su vida privada y sentimental que dejan entrever el carácter introvertido del pintor. El documental tiene un cierto cariz didáctico, ofreciendo una perspectiva global sobre las obras más destacadas de Hopper que mantiene algo de distancia emocional hacia su figura, comparable al desapego que mostraba el propio artista hacia las personas de su entorno.
El retrato de Hopper es el de un hombre ensimismado en su trabajo, ajeno a las problemáticas del mundo que le rodeaba y desinteresado en la opinión de la crítica, con la cual intuimos que discrepaba a menudo. De esta forma, se le relega a la categoría ambigua y generalista del “genio solitario” que aparece recurrentemente al abordar personalidades complejas y herméticas con un innegable talento en su disciplina.
La invisibilización de Jo Hopper
Debido a la dificultad que plantea comprender el mundo interior de una persona tan cerrada en sí misma, se recurre repetidamente a la figura de su esposa, Josephine Nivison. Nivison era también pintora y comenzó una carrera prometedora en el gremio, compartiendo exhibiciones con artistas de renombre como Marguerite Zorach. Sin embargo, terminó dejando su propia obra en segundo plano para ejercer de representante de Hopper, desempeñando un papel crucial en la distribución y venta de sus trabajos. Jo se describe en varias ocasiones por los testimonios del documental como una mujer extrovertida, sociable y parlanchina, sobre todo en comparación a su reservado esposo.

En este sentido, Hopper: An American Love Story navega entre dos aguas sin llegar a establecerse del todo en ninguna: su vínculo afectivo con Jo y la influencia de ésta en la obra del artista, y el análisis pictórico y filosófico de los cuadros. El documental da a entender que la relación conyugal era tormentosa y plena de altibajos, basándose en los diarios que Nivison escribía y que se encuentran en posesión del Museo de Whitney de Arte Americano.
Si bien se le concede a Jo el mérito de haber impulsado la carrera de Edward, y de haber contribuido enormemente a su dominio de la acuarela y destreza con el color, su figura artística independiente aparece una vez más, y desafortunadamente, supeditada a la de él. Aunque la vida y el recorrido artístico de Jo bien valdrían un artículo entero o incluso un documental propio, remito a la lectura del ensayo de Gail Levin de 1981 para el Woman’s Art Journal titulado como su sujeto de estudio, Josephine Verstille Nivison Hopper. Levin aporta información de gran interés que se puede echar en falta en la película de Grabsky, que naturalmente tiene ciertas limitaciones temáticas y de duración que no permiten profundizar tanto en algunas cuestiones.

La soledad: ¿imposición dolorosa u oportunidad de disfrute?
Otro de los temas abordados en el documental es el análisis de la pintura, ya que ésta se presta a muchas hipótesis de carácter subjetivo y personal. La expresividad ambigua de los personajes retratados por Hopper no permite al observador saber con seguridad si están disfrutando de “un instante solitario de silencio y paz” o si, por el contrario, están sufriendo una alienación física y psicológica que les impide integrarse de forma eficaz en sociedad. Una de las estudiosas entrevistadas defiende vehementemente que la joven de Automat (1927) no está esperando con pesar a alguien que no llega (la interpretación más popular), sino que está más que satisfecha con su propia compañía y saborea tranquilamente su café, en un momento de introspección.
«Lo que para unos es aislamiento, otros lo califican con optimismo como independencia»
Este debate es de sorprendente relevancia en el momento presente, cuando todo tipo de personalidades en redes nos invitan a hacer planes solos y a no depender de la compañía para gozar del ocio. Lo que para unos es soledad o aislamiento, otros lo califican con optimismo como independencia y empoderamiento. Por tanto, es muy interesante reflexionar no tanto sobre la intención con la que se pintó el cuadro, que desconocemos, sino sobre los sentimientos y las sensaciones que nosotros proyectamos en ellos. ¿A qué nos sabría esa taza de café? ¿Sería más reconfortante si acompañase a la conversación con otra persona? O al revés, ¿es una excusa ideal para hacer una pausa en solitario, pensando en nuestros propios asuntos con cada sorbo?

La reivindicación de lo común
Por este motivo y otros, conforme avanzaba la película Hopper: An American love story se me antojaba cada vez más en sintonía con preocupaciones o intereses contemporáneos. Un ejemplo es su fijación con las viviendas de sus vecinos en Gloucester y South Truro: Haskell’s House (1924), Gloucester Houses (1923-24), Burly Cobb’s House (1930-33) o Cape Cod Sunset (1934), mientras sus colegas de profesión se dirigían al lago en busca de la belleza extraordinaria del paisaje.
Durante su primera etapa como artista, la arquitectura de la vida cotidiana era una inspiración más que suficiente y merecedora de ser inmortalizada, documentando sus paseos rutinarios por la ciudad. Encuentro en su reivindicación de lo ordinario una divertida relación con el vlog o los carruseles de fotos en Instagram, que capturan lo que siempre nos ha rodeado con un renovado entusiasmo, revalorizando los espacios comunes, especialmente aquellos rurales y costumbristas.

Una Nueva York propia
Sin embargo, con el paso de los años y su traslado a Nueva York, el artista comienza a representar una versión de la metrópoli estadounidense más cercana a una ensoñación propia que a un retrato fiel de la vida urbana en ese momento. Nueva York a través de los ojos de Hopper es silenciosa, acogedora y vacía. Apenas hay figuras humanas en sus paisajes urbanos y, si las hay, no los protagonizan. Podríamos aventurarnos a decir que era la versión neoyorquina que el pintor prefería y valoraba, alejada de la maquinaria, el ruido y el tráfico, sin ambición política ni impronta de crítica social. Un retrato que busca desesperadamente la intimidad en una ciudad que siempre se encuentra en movimiento, en plena transformación, en estado de agitación.
Hopper en la contemporaneidad
La popularidad incuestionable de las icónicas escenas de Hopper en la cultura pop es un argumento más a favor de la trascendencia contemporánea de su obra. Además de haber sido parodiada y versionada innumerables veces (véase la interpretación de Nighthawk por parte de los Simpson), también es masivamente compartida y apreciada en redes sociales como Pinterest a día de hoy. Hay algo en sus atmósferas, en los rostros de las figuras o en sus paisajes urbanos que conecta especialmente con nosotros un siglo después.
El visionado del documental Hopper: An American love story no es solo una retrospectiva sobre un artista del siglo XX, sino también un manifiesto de imágenes y significados que dialogan con el escurridizo contexto en el que vivimos. hopper pintor
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