Una persona sube a LinkedIn la fotografía de un filete de pollo crudo dentro de una cafetera eléctrica. En la publicación, explica que está de viaje por trabajo y que su habitación de hotel no tiene cocina. La empresa para la que trabaja le ha dado dinero para que vaya a un restaurante, si lo desea. Pero la persona prefiere cocinar la cena en la cafetera para ahorrarle unos dólares a su compañía.
“Estas pequeñas cosas son las que te consiguen un ascenso”, escribe.
Enseguida, otras personas, bots y cyborgs comentan la publicación y, por algún motivo, concluyen (¿recién?) que la adoración a la cultura corporativa y el capitalismo han llegado demasiado lejos. De manera que critican a la persona, la califican de autoexplotada e, incluso, la acusan de haber contraído salmonela.
La historia del pollo en la cafetera la publicó alguien en 2022 como una broma, pero la mayoría de personas, en principio, la tomaron por cierta. Aquello me llevó a confirmar dos cosas: que LinkedIn es un terreno difícil para la ironía (1), pero que, aparentemente, contrario a lo que todos creíamos, tiene un límite (2).
Esto es una buena noticia. Aunque quizá el límite sea demasiado holgado. Y desde luego no muestra señales de que pretenda estrecharse. Por el contrario, se expande.
Además, de momento, los límites no parecen ser éticos, sino más que nada gastronómicos.
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Aunque aún es útil para conseguir empleo, LinkedIn ya lleva un rato convertido en una colección de aforismos, reflexiones y narrativa breve que podríamos agregar a la categoría de nonsense-fiction. A menudo, las personas escriben sobre cómo su hijo de cuatro años les dio una idea para su siguiente start-up o publican testimonios sobre gerentes de marketing que van por el mundo conversando con los cajeros de supermercado sobre el engagement y la cultura organizacional.
También hay clásicas historias del tipo “si quieres, puedes” y otras sobre cómo ser más productivo por las mañanas sin, supuestamente, usar neuroestimulantes ilegales. Son populares también las frases del tipo “un sabio dijo”.
Hace unos años leí la publicación de un analista de riesgo que proponía valorar “el carisma visionario” de Hitler.
Y en una forma ligeramente más sofisticada del fascismo, otra persona escribió, en medio de la crisis sanitaria, el siguiente mensaje (que mucha gente compartió en sus redes sociales):
Si no terminaste la pandemia con:
Una nueva habilidad.
Un nuevo salario.
Una nueva especialización.
Entonces nunca te faltó tiempo, sino que te faltó disciplina.
Al de Hitler lo despidieron y a este lo felicitaron.
Todo esto me lleva a pensar que, a diferencia de lo que creíamos, no son las señoras mayores las que más conversan con los cajeros de supermercado, sino los gerentes de marketing. Y algo más: en LinkedIn lo importante son las formas. Puedes decir lo que sea, siempre y cuando suene como autoayuda.
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En mi pequeña investigación (empírica, sobre todo, y nada concluyente) he podido observar que el asunto consiste en fingir que amas tu trabajo mientras buscas otro.
Y entretanto publicar cosas cuidadosamente artificiales, esencialmente idénticas y redundantes.
Pero ¿por qué las personas no se hartan de leer el mismo contenido, dispuesto de la misma manera un bullet seguido del otro, y reaccionan agresivas y salvajes como lo harían en Twitter? Porque existen normas tácitas que se han traslado de las oficinas a esta red social. Twitter y LinkedIn son distopías creadas por villanos con visiones opuestas. Si Twitter es el caos desmesurado, LinkedIn es una oficina virtual en la que hay miles de jefes mirando, y uno de ellos podría ser el tuyo (o todos al mismo tiempo).
Aunque, como en todos lados, hay gente publicando cosas inteligentes y originales, el algoritmo de LinkedIn parece premiar la uniformidad. Lo normativas y correctas que son las publicaciones ―incluso para hablar de injusticia social, desgaste ocupacional, explotación laboral y discriminación étnica o de género― dibujan el nuevo rostro que pretenden las corporaciones. Las grandes empresas están en favor de la diversidad y las demandas sociales, siempre y cuando no sean demasiado diversas ni demasiado sociales. Ni mucho menos incómodas o que se permitan ahondar en las fallas estructurales.
El lenguaje que se usa en LinkedIn permite normalizar cualquier idea, siempre y cuando suene en tono profesional: desde mensajes inofensivos de automotivación hasta estafas piramidales y discursos que promocionan la autoexplotación como único camino al éxito. Además, LinkedIn produce lo mismo que las otras redes sociales: una exageración o alteración de la realidad. En este caso, parece decir: todos lo están logrando, excepto tú.
Aunque la verdad es que el futuro no parece traer buenas noticias para nadie en cuanto a salarios, movilidad social, acceso a vivienda y empleo. Quizá no sea el momento adecuado para abrazar frenéticamente el sectarismo corporativo.
Pero ¿será el momento para potenciar mi marca personal?
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Quizá todo sea una performance consensuada y yo esté exagerando.
En el fondo, puede que todos estemos de acuerdo con que el trabajo es solo trabajo, con que lo mejor de la vida pasa en nuestros ratos libres y que el peor día de la semana es el lunes.
Es posible que todo ese contenido absurdo sea un mecanismo de defensa consciente para afrontar las catástrofes contemporáneas. Y que las repetitivas adulaciones sean tan solo gestos irónicos. Entonces, los workaholics que escriben sobre la importancia de darse tiempo a uno mismo lo hacen a modo de autohumor. Y las personas que dicen que en LinkedIn no se esparcen ideologías, sí entienden que la ideología corporativa es también una ideología.
Del mismo modo, los que guardamos silencio frente a todo aquello lo hacemos de una forma natural, como cuando asistimos al teatro.
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LinkedIn ha superado este año los mil millones de usuarios. Es el mercado de recursos humanos más grande del mundo. Es el happening neoliberal mejor orquestado del siglo. Es una inmensa biblioteca de literatura motivacional. La fantasía más erótica de cualquier jefe. Un búnker hermético contra la negatividad. El panal soñado de todas las abejas obreras cualificadas de la tierra.
Y vamos por más, ¡vamos por más!
Pero ¿a dónde? ¿O para qué?
Un comentario
Oh, que genial cierre de tu artículo.